Por Grupo de Estudios JW Cooke I Hay temas que dan de lleno contra algunos sentidos comunes. En los últimos días se ha escuchado de forma repetida que aquel trabajador que habló con la Presidenta de la Nación no era un trabajador, sino un dirigente gremial.
¿En qué momento los dirigentes gremiales pasaron a ser otra cosa que trabajadores elegidos por sus pares para representarlos frente a los avatares cotidianos de la vida laboral?
Hace años que la cúpula sindical es nominada con la expresión peyorativa “burocracia sindical”, eso no es novedad. Tampoco es novedad que se trate de ladrones a quienes ejercen el alto mando de la acción política de la clase trabajadora.
Se trata pues de una cuestión que debe ser revertida de inmediato, y consideramos que en principio eso se logra llamando la atención sobre aquellas articulaciones cuya inmediatez clausura, por la vía de una lógica falaz, todo debate serio.
Al decir “no era un trabajador, era un dirigente gremial (en otras versiones de lo mismo y de forma intercambiable ‘dirigente sindical’)”, se está diciendo que la voz del dirigente gremial (un trabajador organizado y cuya tarea es organizar a otros) no está legitimada como voz representante del trabajador. En consecuencia, representa otra cosa. Se trata pues de la lógica que asocia dirigente gremial con una construcción reaccionaria que dice “los dirigentes gremiales/sindicales son todos chorros, corruptos, burócratas que no buscan más que el interés personal”.
Se sigue pues que un trabajador en su individualidad es impoluto, bueno, la viva imagen de la bondad y, por sobre todas las cosas, digno. Aceptémoslo sin más, como doctrina. Lo que de ningún modo puede ser aceptable es que la forma de organización del trabajador (la actividad gremial/sindical), precisamente uno de los pilares en los que descansa este modelo de distribución progresiva del ingreso, siga siendo distorsionada.