El informe es de la organización Barrios de Pie sobre una muestra de 5.300 en 19 provincias y Ciudad de Buenos Aires. Encontró que 62 por ciento de los encuestados pasan todo un día sin comer o sienten hambre pero no comen. Son situaciones a las que llegan después de reemplazar los alimentos habituales por otros más baratos o endeudarse. El salto en el agravamiento de la crisis y consecuencias de la gestión de Capital Humano.
“Durante el mes pasado, por falta de dinero o de recursos ¿sintió hambre pero no comió?” “¿Ha estado sin comer todo un día?” Responder que sí a alguna de estas preguntas indica que se atraviesa una situación de inseguridad alimentaria severa. En los barrios populares, el 62 por ciento de las personas consultadas manifiesta estar sufriendo esa extrema condición.
Así lo detectó una encuesta realizada por la organización social Barrios de Pie, que tiene como referente a Daniel Menéndez, en barrios populares de 19 provincias y la Ciudad de Buenos Aires. Para este trabajo los encuestadores entrevistaron a 5.300 familias. La muestra es amplia y sus resultados hablan de un salto en el agravamiento de la situación social.
El relevamiento encontró, entre otras cosas, que las familias que viven en barrios populares tuvieron que reducir drásticamente el consumo de alimentos considerados prioritarios. Por ejemplo, en relación al año pasado, el 81 por ciento pasó a comer menos carne y menos huevos. También bajaron la ingesta de lácteos y verduras.
Pero el dato principal de la encuesta no es la caída calidad de la alimentación, sino el gran número de personas que contaron que se están salteando comidas. O que, incluso, han pasado todo un día sin comer. Ambas posibilidades definen a la inseguridad alimentaria severa.
Qué es la inseguridad alimentaria severa
Esta categoría forma parte de una escala creada por la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO). El organismo define a la inseguridad alimentaria como la insuficiente ingesta de alimentos; su bibliografía describe que se trata de un proceso complejo, que transita por diferentes grados.
La escala de la FAO define tres grados: inseguridad alimentaria leve (cuando la persona siente preocupación sobre si va a poder alimentarse), moderada (cuando ya se realiza cambios en su dieta) y severa (cuando redujo la cantidad de alimentos que consume).
Cuando se cae en la inseguridad alimentaria severa, no ha sido de un día para el otro, sino que hay un proceso por el que las personas van siguiendo estrategias compensatorias y agotándolas. El que llega a la inseguridad alimentaria severa viene de haber reemplazado los alimentos habituales de su dieta por otros más baratos o rendidores. Más tarde, se ha endeudado para poder comer.
¿Cuál es la situación en los barrios populares? El relevamiento realizado por Barrios de Pie dice que:
*El 62 por ciento de las familias atraviesa una situación de inseguridad alimentaria severa. Otro 12 por ciento está en el escalón de la inseguridad alimentaria moderada.
* Un dato importante es con qué frecuencia no llegan a incluir carnes, lácteos, frutas o verduras en sus comidas: sobre este aspecto, la encuesta muestra que el 80 por ciento no los puede consumir diariamente. Un 30 por ciento contestó que come carne “menos de una vez por semana” y que a los lácteos y verduras los ve todavía menos.
* En relación al dinero, el 76 por ciento de los consultados tuvieron que pedir prestado en el mes anterior a la encuesta. El nivel de endeudamiento es muy alto.
No hay política alimentaria
Las razones por las que Barrios de Pie realizó este relevamiento son conocidas: desde diciembre, el gobierno de Javier Milei redujo drásticamente la asistencia alimentaria, medida que tomó mientras su política económica hacía caer a la indigencia a 3 millones de personas. En la Argentina hoy hay 8 millones de indigentes.
De los programas que integraban la política alimentaria (hay 8 programas en total), la ministra Sandra Pettovello mantuvo sólo la Tarjeta Alimentar. Si bien se trata de un mecanismo dno cuestionado, de transferencias directas a cada titular, su monto se bajo (alcanza para comprar sólo un cuarto de la canasta alimentaria; si se suma a la AUH llega a la mitad). La tarjeta cubre a un grupo reducido, de 3,8 millones de personas. Claramente, no alcanza en momentos en que el país tiene 25 millones de pobres, de los que 8 millones son indigentes. Los comedores comunitarios resultan imprescindibles y la idea de que puedan funcionar sin apoyo del Estado es disparatada: quien recorra los barrios encontrará que por la recesión económica, las carnicerías ya no donan ni los huesos -si antes podían regalarlos, ahora los venden-, que las familias que antes podían dar ropa en desuso, hoy la venden y mal podrían aportar alimentos a sus vecinos. No debería sorprender que quienes ya venían alimentándose a fideos o arroz, ahora se saltean comidas.
Como dato final, vale señalar que otra de las variables medidas fue qué pasa con las familias donde la proporción de niños es más alta. Sobre ese punto, el relevamiento concluye que aunque esos hogares sean los destinatarios de la Tarjeta Alimentar y la Asignación Universal por Hijo, cuantos más niños hay por cada adulto, peor es la situación alimentaria del hogar.
La encuesta de Barrios de Pie fue realizado por un equipo de 500 promotoras comunitarias, con la coordinación técnica de Marcos Caviglia, Lucas Drucarrof y Rodrigo Ruiz. La muestra tomada corresponde a 21 mil personas, que residen en barrios populares de veinte distritos del país.
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