Edward Snowden no es un héroe, pero la humanidad le debe un enorme favor. Los documentos que el ex topo de la CIA filtró al mundo demuestran lo que hasta acá la política global sabía pero no se atrevía a denunciar: que Estados Unidos no ahorrará en crímenes para seguir siendo lo que es. Un imperio voraz.
Los habitantes de América latina podríamos presumir que no necesitábamos de Snowden para saberlo. En esta región, Estados Unidos propició golpes, dictaduras genocidas, políticas económicas predatorias y elites financieras mafiosas con el evidente objetivo de succionar sus recursos naturales, materiales y humanos. La intervención fue tan vasta y letal que en la diplomacia regional aún se intercambia un viejo chiste: “¿Sabe por qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado? Porque allí Estados Unidos no tiene embajada”.
A pesar de las evidencias históricas, en varios países de Latinoamérica, como la Argentina, abundan quienes creen que la intervención estadounidense en asuntos domésticos es pura ficción. El equívoco fue alimentado por formadores de opinión aliados o cooptados por la diplomacia estadounidense, como lo revelaron los cables difundidos por Wikileaks, donde abundan referencias a los vínculos entre La Embajada y el sistema tradicional de medios que en nuestro país conduce el multimedios Clarín. Un detalle: referirse a la sede diplomática estadounidense como “La Embajada” explicita hasta qué punto se naturalizó a EE.UU. como faro político. Pero no son las sedes diplomáticas las únicas que perpetran las actividades intervencionistas de EE.UU. en la región. El país del Norte cuenta con una compleja red de organismos que, con fachadas varias, fueron y son utilizados para tareas sucias que van desde el espionaje y la formación de cuadros dirigenciales adictos hasta la desestabilización de gobiernos y economías con su consecuente costo político y social.