El juez de Nueva York buscó escarmentar a la Argentina y frenar el desarrollo soberano de la región. Pero su fallo puede detonar una crisis sin precedentes para las principales potencias del planeta. Riesgos y oportunidades.
El 16 de octubre de 2013, Estados Unidos estuvo a horas de entrar en default, recuerda una nota deRevista Veintitrés. En medio de una larga pulseada con el Partido Republicano, que incluyó un insólito “cierre del gobierno” por el rechazo de la oposición al presupuesto, Barack Obama obtuvo la autorización para elevar el techo de la deuda y ampliar el déficit a pocos minutos de quedar en la historia como el primer presidente norteamericano que declaró una cesación de pagos de consecuencias tan extendidas como impredecibles para el capitalismo global.
Por entonces el gobierno dijo que salió de “la extorsión” republicana sin hacer concesiones, que había vencido al Partido Republicano –y en especial a su brazo más intransigente, el Tea Party– sin utilizar más recursos que la persuasión. La verdad, sin embargo, se conocería apenas un mes después: en noviembre, Obama anunció que aplazaba un año más la puesta en plena vigencia de su mentado programa de salud conocido como “Obamacare”. Justo lo que exigían los republicanos y, sobre todo, las poderosas aseguradoras de salud que resisten la reforma del sistema de cobertura médica e invierten fortunas en lobby para que los congresistas defiendan sus intereses. O sea: todo el sistema económico y financiero global estuvo al borde del abismo por la ambición de una corporación que se resiste a resignar una pequeña porción de su fabulosa renta en beneficio de los sectores más postergados. Capitalismo en estado puro.
El episodio que hace un semestre conmovió a Estados Unidos dejó al descubierto lavulnerabilidad de las instituciones frente al poder económico, una realidad común para casi todas las democracias occidentales que alcanzó niveles inéditos de obscena visibilidad a partir del reinado del neoliberalismo y el capitalismo financiero multinacional. Pero no sólo eso: la “crisis de deuda” del país más poderoso del planeta es un aviso sobre la frágil matriz financiera que sostiene a las “potencias”, y explica por qué sus gobiernos e instituciones terminaron siendo rehenes –cuando no cómplices– de las corporaciones que ayudaron a parir. La explicación es sencilla: les deben plata, mucha plata.
Las estimaciones más recientes del Fondo Monetario Internacional, que datan del 2013, indican que los países más importantes de Occidente están expuestos a niveles de deuda pública que comprometen casi todo lo que producen. O incluso más. Según ese trabajo, la deuda de Estados Unidos, el mayor productor económico del orbe, alcanza el 104,5% del valor de su Producto Bruto Interno (PBI). Para Japón, otro socio del Grupo de los 7 países más industrializados, el panorama es aún peor: debe 237,35% de su PBI.
El país nipón lidera el ranking de países más endeudados, que en el top 20 incluye a otros socios del G7 como Alemania (78,8%), Francia (93,5%) y el Reino Unido (90,6%). Los países que durante décadas se repartieron el dominio del planeta poseen deudas por encima de los pujantes miembros del BRICS, donde Brasil, con un ratio de 66,3%, lidera esa minitabla que cierra Rusia con un 10,4% de deuda pública sobre lo que produce. En ese grupo también luce buenos números China, con una deuda pública que roza el 22% de su voluminoso PBI.
En ese listado, la Argentina hoy figura de mitad de tabla para abajo, con un 47,7% de deuda en relación a su producto. Aunque un estudio del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP) asegura que el ratio baja al 13,7% si se tomara sólo la deuda nominada en dólares. “Gracias al proceso de desendeudamiento, los niveles actuales de deuda sobre el PBI son bajos a nivel histórico” consideró el Grupo, que contrastó los datos con lo ocurrido un par de décadas atrás: “Durante la década del ’90, la economía argentina experimentó un importante crecimiento de su deuda externa; con el agravante de que, en gran medida, la misma estaba nominada en moneda extranjera”, concluyó el informe de esa usina de estudios económicos ligada al pensamiento K.
Salvo las exóticas interpretaciones auspiciadas por el Grupo Clarín, en la Argentina hay consenso sobre la importancia y el impacto que la política de desendeudamiento del kirchnerismo tendrá sobre el futuro. El mérito principal: romper con la dinámica de endeudamiento bajo el modelo de valorización financiera donde el incremento de los pasivos no sirvió para financiar proyectos productivos sino que se usó para solventar políticas cambiarias, déficit y repago de deuda, en un círculo vicioso que derivó en la pérdida de la soberanía fiscal. Y en la explosión política, económica y social que derrumbó al país en diciembre de 2001.
La Argentina resurgió de aquellas cenizas parándose sobre sus propios recursos, cortando los lazos que la sometían a las políticas dictadas por el FMI y la constelación de acreedores privados que gravitaban sobre las políticas públicas del país. Pero lo hizo a contramano de la época, signada por un contexto de enorme liquidez internacional. Eso explica, por caso, por qué mientras la Argentina bajó en un 73 por ciento la relación de su deuda pública con su Producto Bruto Interno Bruto (PBI), países como China la aumentaron en un 17 por ciento, Alemania en un 37, Japón en un 47, y Estados Unidos en un 88 por ciento. Los adoradores del mercado, que en la Argentina son multitud y dominan los paneles de tevé, sostienen que se “desaprovechó la oportunidad de financiamiento barato”, por la tenacidad K de reestructurar deuda en términos convenientes, cuya consecuencia fue permanecer fuera del circuito de la timba global. Esa autoexclusión tuvo sus costos: el Gobierno se vio obligado a financiar casi todo con recursos propios, en especial la demanda interna y el déficit de inversión, pulverizando los superávits gemelos y alimentando la inflación. La suba de precios resucitó el peor fantasma del argentino medio, que fue aprovechado por los voceros de “los mercados” que añoran las jugosas comisiones que bancos, consultoras y otros parásitos financieros repartían en los días de oro del endeudamiento neoliberal. Y que aún mantienen el poder de influir sobre sectores gravitantes de la opinión pública. En especial sobre los empresarios, que transforman esos consejos interesados en profecías autocumplidas. La tendencia al autoboicot de industriales e inversores productivos locales es una debilidad que lleva décadas enriqueciendo a especuladores y banqueros.
La decisión de avanzar a contramano del establishment global tiene riesgos que el kirchnerismo no contempló. O subestimó. Uno de ellos fue suponer que el Poder Judicial de Estados Unidos acompañaría con sus fallos una reestructuración de deuda histórica que incluyó quitas inéditas y una adhesión del 92 por ciento de los acreedores. Y todo sin la tutela del FMI. Vista desde la mesa de arena donde las corporaciones juegan al TEG, la Argentina cumplió con las “reglas del mercado”, pero la experiencia llevaba una carga venenosa del “mal ejemplo”: ¿acaso el país, finalmente, dejaría de ser una promesa para explotar su potencial con criterio soberano? ¿Y si otros lo imitan? ¿Qué ocurriría si, finalmente, los países de América latina recuperan el control sobre sus recursos naturales y se deciden a explotar sus potencialidades?
Ningún colonialismo, ni siquiera el económico, puede ser eterno. Pero retrasar la emancipación de Sudamérica deja varios miles de millones en las arcas de especuladores expertos en exprimir sus beneficios hasta el final. Durante una década, el litigio de los fondos buitre, que apenas representan al uno por ciento del total de los acreedores cuyos bonos fueron declarados en default, sirvió para ponerle un cepo al desarrollo nacional. Evitó, por caso, que el Estado y las empresas con voluntad de inversión accedieran a financiamiento exterior barato, obligando a utilizar recursos genuinos que el Gobierno reservaba para evitar sobresaltos y corridas cambiarias de esas que tanto excitan a la política local. Articulados o no, estos fondos cumplían con la necesidad de las corporaciones económicas: evitar que los países emergentes, emerjan. Al fin y al cabo, los fondos buitre que hoy acorralan a la Argentina son la expresión brutal de esas corporaciones que utilizan la especulación financiera para concentrar riqueza y ejercer el poder real. Pero su desmedida voracidad al final los convirtió en una amenaza para el mismo sistema que los alimentó.
Eso explica por qué más de 80 países y organizaciones se preocuparon por la novedosa doctrina que el juez Thomas Griesa impuso con sus fallos. Y por qué los más inquietos son, precisamente, los que alumbraron al monstruo que ahora los amenaza.
El mejor resumen de esos temores fue expresado por el Council of Foreign Relations (CFR). Punto de encuentro del establishment estadounidense, el CFR no es un paladín de los pueblos libres. Por el contrario, desde que se fundó, en 1921, el Consejo ofició de faro para la política exterior de los Estados Unidos a través de su publicación estrella, la revista Foreign Affair. Desde esas páginas, por caso, se lanzó la “doctrina de contención” que ejecutó el Departamento de Estado durante la Guerra Fría, y también fue allí donde Samuel Huntington publicó su tesis sobre el Choque de Civilizaciones que sirvió de justificativo teórico para las guerras “preventivas” con las que Estados Unidos invadió Medio Oriente.
Esos antecedentes dejan en claro que no fue el amor por América latina lo que los impulsó a publicar un texto donde respaldan a la Argentina, sino el espanto que les provocó el fallo de Griesa y la gambeta de la Corte Suprema que lo convalidó. El texto advierte que:
– “No hay muchas instituciones lo suficientemente poderosas para poner de rodillas a una nación soberana. La mayoría de las que ejercen su poder lo hacen con cuidado, el resto son fundamentalistas peligrosas (…) La Corte Suprema de Estados Unidos –y el resto del sistema judicial federal de Estados Unidos– se puso de lleno en la última posición cuando se negó a aceptar una apelación presentada por la Argentina contra una decisión de un tribunal inferior”.
– “Las consecuencias están determinadas a ser terribles para la Argentina”, pero no sólo para ella: “En términos más generales, la sentencia hará que sea más difícil que los países se liberen de la carga del sobreendeudamiento. Será muy malo para los mercados de capital internacionales. Ah, y también disminuirá la soberanía nacional”.
– Sobre la exótica interpretación Griesa del pari passu, que obliga a pagar a los buitres en simultáneo con los bonistas reestructurados, el informe sugiere que “los inocentes están siendo castigados” por la Justicia norteamericana, ya que los tenedores de bonos que entraron en los canjes de 2005 y 2010 “no han hecho nada malo y no hay manera de que vayan a obtener su pago en su totalidad y a tiempo, como a Argentina le gustaría. (No obstante) el fallo va más allá de castigar a los inocentes. También da vuelta el orden natural de la deuda, ya que solía ser que tener un bono era bueno pero tener un dictamen era mucho mejor. Ahora, sin embargo, es al revés: los dictámenes no te llevarán a ningún lado, mientras que los bonos, si tienen una cláusula de pari passu, pueden convertirte en todopoderoso”.
Al final, el CFR confiesa la principal preocupación que el fallo de Griesa esparció sobre Wall Street: “Un país deudor necesita poder pagarles a los tenedores de bonos reestructurados sin pagarles a los holdouts. Caso contrario, nadie podrá participar en el futuro en un canje de deuda, y ningún país podrá jamás reestructurar su deuda”, dice el texto, que bien podría sumar un interrogante más: En el futuro, ¿qué bonista con papeles emitidos bajo legislación neoyorquina aceptaría una reestructuración de su deuda si la doctrina Griesa lo habilita a cobrar el ciento por ciento de su acreencia, y cash? En el CFR sugieren que las consecuencias pueden ser devastadoras para sus socios financistas. Y para todo el sistema que les llevó décadas construir. “Tanto la Corte de Apelaciones del Segundo Circuito como la Corte Suprema tuvieron todas las oportunidades para evitar este desastre, y en su lugar, tiraron la pelota fuera de la cancha. Ellos son quienes deberían ser considerados los responsables de las consecuencias”.
A juzgar por los miles de millones que deben los países centrales que llevan más de un lustro en recesión, hacen bien en preocuparse
POR INFONEWS