El testimonio exclusivo de Víctor Hugo Morales

El testimonio exclusivo de Víctor Hugo Morales

El testimonio exclusivo de Víctor Hugo Morales

Una señora pituca pasó por la vereda y con su celular le sacó una foto al fotógrafo que retrataba la cámara de televisión, que a su vez enfocaba al entrevistado. Media hora antes, por esas baldosas de Libertador esquina San Martín de Tours, se había retirado el grupo liderado por Damián Cassino, célebre defensor del Grupo Clarín ante la Corte Suprema, el “colorado” tan denostado por Víctor Hugo, quien ahora enfrentaba el micrófono de C5N en vivo.

Mientras, allá arriba, en su living, esperaba otra media docena de cámaras. Su esposa Beatríz, y hasta la tía Gladys, quienes habían enfrentado el amedrentante mandamiento de embargo, eran amables anfitrionas, mucho más serenas y sonrientes que cuando por allí deambularon los intrusos. “Tuve temor. No sabía qué venían a buscar. Me dijeron que entrarían por la fuerza. Pero la llegada de los periodistas los frenó”, deslizó Beatriz, mientras atendía un teléfono abarrotado de llamadas.

“Mi relación nunca ha sido buena con lo que llamamos el establishment. En toda mi vida me ha tocado estar del otro lado del poder real”.

Por los generosos ventanales se divisaba el norte porteño. “Lo que quiero ahora es un buen baño. Nunca pensé que se podía transpirar tanto en una situación así.” La frase sería una banalidad, si se la sacara de contexto. Luego de contar mil y una vez su relato sobre el particular episodio de su sempiterna pelea con el Grupo Clarín, Víctor Hugo se echó en un sillón mullido y dialogó con Tiempo Argentino.

–¿Cuál es el significado que le das a este episodio?
–Mi relación nunca ha sido buena con lo que llamamos el establishment. En toda mi vida me ha tocado estar del otro lado del poder real. La derecha, lo liberal, lo neoliberal, el poder mediático, la cúpula esclesiástica, los grandes industriales, el campo. Con eso, uno no se lleva bien. Y el poder real actúa para quedarse con la Rural, con Papel Prensa, actúa para llevarse por delante a una figura política como es Máximo Kirchner, para llevarse por delante el honor de las personas que se enfrentan. O ir contra un periodista que los ha peleado desde hace mucho tiempo. Debo ser bastante majadero para ellos. Bastante molesto. Tratan de dominarme, acallarme, disciplinarme de una vez por todas. Y si no lo consiguen, dañarme lo suficiente para que lo pague. Al fin y al cabo lo que pasó en aquella oportunidad, el origen de esta demanda, es haber desobedecido un derecho de exclusividad, que parte de un hecho perverso. Entonces, ahora, ellos muestran la cara del poder real. Te demuestran que puede hacer cualquier cosa con vos.

–Lo que quieren no es lo que van a ganar sino lo que vos podés perder.
–El mensaje es claro. Es la pelea entre un ratón y un dinosaurio. Estás viendo mi casa mientras hablamos. Acá no hay nada que pueda interesarle a Magnetto. ¿Tengo un cuadro que tenga algún valor? Él debe tener otros que valen mil veces más. No es un valor económico lo que busca: se metieron en mi living. Metieron a ese muchacho (Damián Cassino) que es el logo de Magnetto. Cuando camina por los pasillos de Tribunales, con él transita la aureola de Magnetto. Tenía que ser él, quien entrara aquí en tren de revancha. Buscan disciplinar. Yo no me voy a callar, pero tal vez otros periodistas sí. Sobre todo más jóvenes. Que sepan qué pasa cuando enfrentan a un poder tan abarcativo, tan humillante. Para que se eviten esa molestia, no yendo nunca contra ellos.

–Hablale a esos periodistas jóvenes. ¿Cómo se soportan estos embates?
–Después de una primera etapa en la que estaba muy perplejo frente a este ataque de Clarin y de La Nación –ya llevan cinco años de continuos ataques contra mi persona– estoy preparado para que los Magnetto y los Saguier apunten contra mi persona. Esa forma de vivirlo me fue engrosando la piel. Se trata de un ataque sistemático. Estoy relativamente preparado para dejar pasar cosas. Pero cuando pasan del límite de uno e incursionan en la intimidad de tu casa y en la tranquilidad de tu familia, me siento muy mal. Muy culpable. Es una cosa que tienen que pagar personas absolutamente inocentes. Yo decidí esta pelea. Mi familia podría vivir mil veces más tranquila si yo fuera nada más que el eterno relator del gol de Maradona. Tendríamos el mismo confort. No le mismo prestigio porque lo han mortificado bastante. Así que me voy a sentar ante mi hija y le perdiré mil disculpas. Uno no tiene una mujer y una hija para que lo padezcan de esta manera. Ya bastante sufrimos con las miserias humanas.

–¿Cómo salís de este episodio: con pena, con temor, con bronca?
–Más de las cosas que les dije no les puedo decir. No hay forma de expresar de otra manera lo que pienso sobre ellos y qué significan en esta sociedad. Mañana diré las mismas cosas de siempre en estos veintipico de años.

–Te enfrentás al mismo poder real que se enfrentó Néstor Kirchner.
–Esa fue la posibilidad más extraordinaria que ha vivido el país, de bajar todas las máscaras y que se sepan todas las verdades. El poder real y el poder político. El carácter moral de los medios. Ahora que podemos ver la película, ha sido el gesto político más interesante que se ha podido ver en la historia contemporánea. Eso tiene que ver con un hombre que llegó al gobierno y que construyó luego un poder político suficiente hasta un límite en que le pareció que podía confrontar con el poder real. Enhorabuena que lo haya hecho. Aunque creo que lo pagó caro. Hasta muerto. No le dan paz aunque ya no está en la tierra. Quiero decir que esa osadía se la cobraron en presente, en todo lo que vino después, y se la van a cobrar en la eternidad. No dan tregua. Hubo dos hombres que tuvieron capital político en los tiempos de la democracia: Raúl Alfonsín cuando empezó, y Néstor Kirchner cuando llegó a construirlo, paulatinamente. A Alfonsín lo deterioraron las mismas corporaciones con las que Kirchner, tiempo después, iba teniendo que confrontar a medida que acumulaba poder. En un momento se sintió con fuerzas para pelearlo. Lo que no dimensionó es que no era una pelea de una semana, sino para toda la vida, y lo está pagando carísimo, todavía. A cambio de eso, puede decirse que el país es otro, tras la Ley de Medios y de esa confrontación entre poder real y poder político, que nunca sabíamos exactamente cuánta diferencia podía tener. Fue poner negro sobre blanco en un aspecto que yo celebro haber podido vivir y apreciar tan claramente antes de que se termine mi vida como periodista, o mi vida como persona.

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