El domingo hubo festejos en la cárcel. Atento al resultado electoral, Martín Lanatta, uno de los condenados a perpetua por el triple asesinato de General Rodríguez, se sobresaltó frente al televisor del penal de General Alvear. Y, allí, mientras la pantalla mostraba a los incrédulos que María Eugenia Vidal le llevaba cinco puntos de ventaja en la provincia de Buenos Aires a Aníbal Fernández, sobrevino lo insólito: un guardiacárcel abrió la celda y se abrazó con el prisionero.
Era cerca de la medianoche. La noticia sacudía a todo el país, pero mucho más a esos muros ya conmocionados desde que, en una entrevista con el programa de Jorge Lanata, el condenado vinculó en la causa al jefe de Gabinete. Entonces, con el resultado puesto, hubo euforia en ambos lados de la reja: los prisioneros creían liberarse de un futuro áspero con Fernández como líder del servicio penitenciario; los guardiacárceles, de posibles despidos por tantas filtraciones y filmaciones. No podrá encontrarse un boca de urna más sencillo: todo el penal votó contra el jefe de Gabinete.
La derrota bonaerense provocó en el Frente para la Victoria una implosión. No sólo porque despojó a La Cámpora de lo que suponía su próximo bastión de poder, sino porque nadie, ni el kirchnerista más informado, había intuido la paliza. Se excedieron de optimismo. Acababan de pasar las 18 y, con los comicios cerrados, Carlos Zannini entró en la suite de tres ambientes que Aníbal Fernández y camporistas ocupaban en el hotel Intercontinental, a varias cuadras del Luna Park, donde aguardaba Daniel Scioli. “¡A ver…, dónde está mi gobernador!”, saludó. Hubo gritos de alegría. Mariano Recalde, presidente de Aerolíneas Argentinas, teatralizó incluso un gesto obsceno en señal de victoria: el puño agitado de arriba abajo, la boca abierta.
En este desconcierto general hay que incluir también a las grandes empresas. Ese sector, el que más confianza tenía en el candidato del Gobierno, se dedica desde el lunes a repensar su política de asuntos públicos. No será la primera vez. El viraje tendrá un primer test el miércoles, cuando Sergio Massa vea a varios de ellos en el hotel Alvear. El Centro Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), organizador del foro, había cerrado ya este año su ciclo de almuerzos con políticos, pero creyó necesario reabrirlo para quien supone elector del ballottage, que además anticipó que no respaldará a Scioli.
La voltereta del establishment no será sencilla. Existen con Macri viejos recelos mutuos, algunos de los cuales emergieron en el último tramo de la campaña. Al candidato siempre le molestó, por ejemplo, que sus pares empresarios no vieran en él a un político sino a un amateur a quien pueden acribillar a consejos cada vez que ven. Él tampoco pierde la oportunidad de recordarles que le gustaría que tuvieran, en lo posible, algunas virtudes de los industriales de Brasil. Lo hizo hace varios años en la casa de Federico Nicholson (Ledesma), donde terminó exasperando a José Ignacio de Mendiguren. “¿Vos querés que vayamos a lo que pasó en cada país desde Juscelino Kubitschek y Arturo Frondizi, cuando ambos teníamos el mismo PBI?”, le contestó el textil.
Macri acusa a los hombres de negocios de ir a visitarlo con múltiples quejas y empatías mientras que, por detrás, respaldan a Scioli. Hace un mes tuvo un contrapunto con Paolo Rocca, líder de Techint, pero venía ya de explotar de furia en agosto, cuando leyó que Héctor Méndez, todavía presidente de la Unión Industrial Argentina, lo comparaba con Scioli: “A Macri lo veo con menos vocación industrial, no ha sido cariñoso con nosotros”.
No es que las corporaciones no coincidan con él en muchos aspectos de fondo. Pero casi todos descreen de recetas fuera del peronismo y de la viabilidad de una política de shock. “El círculo rojo no entiende nada: acá no hay ni mil votos”, dijo el líder de Pro a los periodistas la última vez que estuvo en el Cicyp.
Amoldarse les llevará a ambas partes un tiempo. Si gana, Macri quiere dejar en manos de Francisco Cabrera, hombre de buena relación con los empresarios, el Ministerio de Industria. Pero será imposible evitar algunas sorpresas. Por ejemplo con su esquema de decisiones, el opuesto al kirchnerista. Muchos industriales argentinos podrán quejarse del tipo de cambio sobrevaluado, pero rechazan su idea de liberar el cepo de manera inmediata y completa. ¿Hace falta incluir en esa primera etapa a todos los ahorristas?, se preguntan. Ése es el meollo de la preferencia fabril por el gradualismo. Preferirían que cada situación se analizara por separado. Es entendible: se han habituado a los vaivenes de Guillermo Moreno y Axel Kicillof y privilegian la relación personal con el regulador. Muchos ejecutivos fueron en estos años valorados en sus compañías independientemente del cargo, sólo por la relación que mantenían con Moreno, De Vido o Kicillof. ¿Qué mejor entonces que la postura de Scioli, que les promete que del cepo se saldrá de modo no traumático, pero que no faltarán dólares para nadie?
Cambiemos ya discutió internamente estas cuestiones. La última vez fue hace unas semanas en el hotel NH Bolívar, donde se reunió todo el equipo económico. Estaban Miguel Kiguel, Carlos Melconian, Federico Sturzenegger, Javier González Fraga, Rogelio Frigerio, Adrián Ramos y Alfonso Prat-Gay, entre otros. Sturzenegger, encargado de exponer el plan, coincidió allí con Prat-Gay en que una devaluación no generaría un salto en los precios porque, dijo, la economía ya se maneja con costos de dólar paralelo, no oficial. Hay evidencias técnicas de que la discusión por el tipo de cambio no es relevante, agregó, porque la Argentina no tiene el déficit de cuenta corriente ni de Brasil ni de los 90. “El país está ajustado; lo que tiene que liberar es la restricción externa”, concluyó. Pero el ala radical del equipo teme el traslado a los precios.
En la lista de desencuentros con las corporaciones habría que agregar una promesa de campaña que podría cambiar la historia del país: una ley del arrepentido para los casos de corrupción, mecanismo que tiene a maltraer a la clase política y empresarial de Brasil. ¿Está la dirigencia argentina preparada para ese sinceramiento? Macri contará en la tarea con un vigía poco propenso al silencio: Elisa Carrió.
En público, los empresarios acompañan esa iniciativa que en el fondo los espanta. A veces lo más incómodo, incluso en circunstancias complejas y ante gobiernos estrafalarios, es lidiar con la propia debilidad.