Olimpo mostró credenciales de equipo incómodo. Tan sólo veinte minutos le bastaron al conjunto bahiense que ahora administra técnicamente Chulo Rivoira para inquietar al campeón invicto del fútbol argentino en la mismísima Bombonera. Boca debía resolver el dilema. Necesitaba, el Xeneize, la aparición de su estrella máxima.
Aún falto de fútbol, vale recordar que en los últimos meses sólo jugó frente a Santamarina, en Salta, por la Copa Argentina, Riquelme intentó adueñarse del equipo y darle rodaje a Clemente Rodríguez por izquierda o Burrito Rivero sobre el sector opuesto. Sin la necesidad imperiosa de hacerlo, probablemente mezcla de gusto y miedo escénico, el aurinegro comenzó a replegarse en torno a su propio arco. Ya no fue el agresivo conjunto de los primeros minutos que había salido al terreno con la ambición de patear el tablero.
Se dejó estar, y Boca lo ayudó. Entre otras cosas, a los equipos moldeados por Falcioni los caracteriza la paciencia. Ninguno de los futbolistas de azul y oro corrió en forma desprolija. Pese a la incomodidad inicial, cada uno ocupó el lugar que le correspondía dentro del terreno, menos Román.
El enganche flotó por todo el frente de ataque, fiel a su costumbre, tocando y yendo a buscar la devolución para desacomodar la defensa rival y conseguir el hueco donde poder meter la estocada. Aguardó con calma, obtuvo premio.
El enlace ubicó a Pablo Mouche dentro del área y le centró el balón. El novio de Luli Fernández divisó a Cvitanich y le sirvió la pelota con la cabeza para que éste pusiera el 1 a 0 parcial. Corría el minuto 40 del primer tiempo, y parecía, con el gol, que se acababan las ilusiones de un Olimpo que hasta entonces había disputado un partido aceptable, consciente de sus limitaciones.
En el segundo tiempo se acentuó lo ocurrido sobre el final: Boca amo y señor de las acciones. Los muchachos de camiseta azul y oro manejaron a gusto el desarrollo del juego, sobretodo ese hombre con el número diez en la espalda. Pelota bajo la suela y frente en alto para divisar al compañero mejor ubicado y tocar con seguridad. El segundo gol del dueño de casa resultó un calco de estas palabras.
Riquelme pensó la jugada. Trasladó el balón pegado a su botín desde la izquierda hacia el medio, una vez que juntó a la defensa visitante, la cedió para Mouche que ingresaba al área en soledad. El 7, apresurado, definió al cuerpo del arquero pero la fortuna estuvo de su lado: le quedó el rebote para estampar el 2 a 0.
Otra vez, Boca fue un mix exacto entre un equipo característico del Emperador Julio César Falcioni y uno en el que se desempeña el mejor del fútbol argentino. A la solidez de los primeros, Román le aportó lucidez y desequilibrio que los delanteros supieron cambiar por goles.