Por Cynthia Ottaviano y Roberto Caballero
Que Alfredo Astiz se rindió en las Georgias, se sabe. Que el dictador Galtieri ahogaba en whisky sus culpas, también. Sin embargo, cuando se habla de la Guerra de Malvinas, el comportamiento del ala civil y económica de la dictadura genocida bordea el misterio, como si una verdadera zona de exclusión la blindara de los alcances de la investigación histórica. La desclasificación del Informe Rattenbach permite rastrear ahora algunos episodios vergonzosos en los que funcionarios del Banco Nación y del Ministerio de Economía se mostraron más preocupados por defender a los ahorristas ingleses que a las finanzas argentinas, en medio de una situación bélica, es decir, extrema.
Guillermo Cabral, entonces gerente de Cambios del Nación, declaró ante la Comisión Militar que investigaba las razones de la derrota al mando de Benjamín Rattenbach, el 21 de diciembre del ’82: “Lo que voy a decir, puede que guste o no, pero diría que hubo una indiferencia que podría calificarla como colaboración con el enemigo (…). Dentro de este mundo hay mucha gente ligada a intereses totalmente ajenos a la República Argentina. Para administrar una empresa hay que estar identificado con la empresa. El país es una empresa, para administrar al país hay que querer al país. Si yo no quiero a mi empresa, yo no voy a colaborar.”