Con León Gieco, en la iglesia Nuestra Señora del Pilar Cómo fue el homenaje a Evelyne Lamartine, la superiora de las monjas francesas secuestradas en 1977

“Una vida que dejó huella”, dice el mármol que brilla en el atrio de la iglesia Nuestra Señora del Pilar, frente a la plaza principal, en el casco histórico de la ciudad. La frase fue encomendada por el Papa Francisco, quien también habló de estar ante “una santa entre nosotros”.

 

Por:

Karina Micheletto

Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y periodista. Editora de la sección El País de Página/12.

 

Allí descansan ahora las cenizas de Evelyne Lamartine, la superiora que nunca dejó de buscar la verdad sobre sus compañeras, las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, secuestradas por la patota de la ESMA.

El jueves por la noche, al homenaje que se le rindió asistieron muchos y muchas de los que hoy son testimonio vivo de esa huella que dejó Evelyne: las y los jóvenes, hoy “hombres y mujeres en lucha”, de los barrios humildes que ella formó, sus compañeros de militancia social junto a Léonie y Alice en la Casa de la Caridad de Morón, en los barrios Villa Astolfi o Manzone, en William Morris, en la Villa 31, los adictos recuperados de las granjas pilarenses Vencer para Vivir.

También estuvo allí León Gieco, armónica y guitarra en mano, sumando su música al homenaje, y antes, transformando la tarde de la plaza al cantar espontáneamente con un músico callejero al que descubrió tocando un tema suyo, justo cuando llegaba al homenaje.

La preciosa iglesia colonial de Pilar, con sus casi tres siglos de historia -es una de las más antiguas de la provincia- lució iluminada y con delicados arreglos florales para la misa que dio en honor a Evelyne el obispo Pedro Laxague, junto a varios sacerdotes.

“Seguramente ella no hubiese querido que hiciéramos tanto bochinche, pero estoy seguro que desde el cielo nos está perdonando”, arrancó con una sonrisa el titular de la diócesis de Zárate-Campana. Fue una misa especial por varios motivos, también porque tuvo la oración de “Sólo le pido a Dios” interpretada por su autor.

Las palabras más sentidas llegaron después de la misa, en el atrio. Allí todos los que la conocieron compartieron su recuerdo vivo de Evelyne, junto al grito de “¡Presentes!” por los 30 mil, y junto a la música de León.

Foto: Rubén Andón.

La monja obrera

“Nuestra santita”, la recuerdan las mujeres que vinieron desde William Morris para dejar su amoroso testimonio de todo lo que compartieron con ella de niñas en el barrio. “La santa de los drogones”, la definen quienes se presentan como adictos recuperados y repasan el modo en que la monja “iluminó y transformó vidas”. La madre superiora de Léonie Duquet y Alice Domon, la que aquel 8 de diciembre de 1977 acompañó a tomar el colectivo a Alice para el encuentro en el que la monja sería marcada por Alfredo Astiz y secuestrada en la iglesia de la Santa Cruz, y luego se negó a ser alojada por familia ni seminario alguno, “para no comprometer a nadie”.

También la que sacó del país a Yvonnee Pierron, otra de las monjas francesas, para salvarle la vida. Y la que nunca abandonó la búsqueda de memoria, verdad y justicia por sus compañeras, desde que puso su nombre en el primer hábeas corpus. “Aquí está, pobrecita, con su única y sola firma y nombre, el hábeas corpus que presentó Evelyne, como superiora de la orden, en enero del 78, que por supuesto dos meses después iba a ser rechazado. Ese primer paso que ella dio, iba a ser esa antorcha que tomarían otras manos”, repasa el expediente Horacio Méndez Carreras, el abogado de las familias de las monjas, en el documental Evelyne, la madre superiora.

Imagen: Rubén Andón

Descubrí que mi preocupación era el mundo obrero, el mundo de los que no eran tomados en cuenta, que era el mundo de mis padres”, relata en ese documental Evelyne, hija de un mecánico y una costurera. “Nosotras vamos a los lugares más pobres. Nosotras vamos adonde nadie va“, describía su tarea ella misma en ese documental. Era 1977 y las monjas iban a involucrarse a las villas con los pobres, con la lucha de los tabacaleros, con las incipientes Madres de Plaza de Mayo.

Con los curas villeros

“Me pareció muy importante lo que pasó, no imaginé que iba a ser tan fuerte todo. Todos con la cabeza puesta en los curas villeros, en la iglesia de los humildes, en los mártires de esa iglesia, en los 30 mil. Ver al obispo y toda la mano, saber que el Papa se va a enterar de esto… Es algo realmente muy fuerte”, reflexionó Léon Gieco tras el encuentro, en diálogo con Página/12. “Y también me pareció muy fuerte conocerla a Mirta, ¡que es una grosa total!”, destacó a la organizadora del homenaje.

Mirta Ortega Sanz es la amiga de Evelyne “desde los 15 años”, docente y médica que sigue ejerciendo, a los 79, en el hospital Sanguinetti de Pilar, su compañera de militancia social “de toda la vida”. La recuerda como “la persona más despojada que he conocido en mi vida, la que todo lo daba”. Cuenta cómo hasta en sus últimos años regalaba la comida que le llevaban, el colchón, todo lo que tenía, porque siempre había alguien en el barrio que lo necesitaba más que ella. Evoca la pobreza de la casilla en que vivía hasta que fue llevada al hogar de ancianos, y la alegría con que vivía.

Mirta Ortega Sanz, organizadora del homenaje. Imagen: Rubén Andón.

Juana Rodríguez y sus compañeras de William Morris también quieren recordarla así, con la alegría que le provocaba la vida. “Ella era la que organizaba los campamentos, los picnics, la que convencía a nuestras madres para llevarnos a los cumpleaños de 15. Era también una adelantada que sin saberlo nos hablaba del feminismo, criticaba que las monjas tengan que andar siempre detrás de los curas. Le encantaba cantar y tenía un carisma especial con los jóvenes”, evoca ante este diario. “Vinimos a decirle gracias porque este grupo de jóvenes que ella formó, somos hoy hombres y mujeres en lucha”, dijo en el homenaje.

Juana Rodríguez. Foto: Néstor Andón.

La santa de los drogones

“Ella es la santa nuestra, la santa de los drogones”, no duda en definirla Cristian Prelat, del centro de recuperación de adicciones Vencer para Vivir. “Venía todos los días a comer con nosotros, nos hablaba mucho, a mí me iluminó, me marcó para siempre, me enseñó teología de la liberación, filosofía. Me daba responsabilidades y así me mostraba todo lo que yo podía hacer. Ella tuvo fe en mí”.

“Es un milagro de Evelyne que hoy estemos aquí, creyentes y no creyentes, en este momento en que estamos tan tristes por todo lo que está pasando en el país, tomando esta fuerza y recordando junto con la hermana a los 30 mil, y a otros militantes sociales”, destacó Gastón Priano, del mismo centro.

Fue después de que León interpretara entre otros temas, en la evocación en el atrio, “El ángel de la bicicleta”, dedicada a Pocho Leprati, a quien también recordó en el grito por los 30 mil.

Cerca de aquí, en Exaltación de la Cruz, el viernes Gieco será reconocido con la distinción “Norberto Torres”, instituida en homenaje al estudiante desaparecido en Capilla del Señor.

Evelyne Lamartine.

En un cajón de manzanas

Mirta Ortega Sanz recuerda también que Evelyne conoció a Francisco cuando era Jorge Bergoglio, tomando mate sentados en un cajón de manzanas, en una pausa de su trabajo en la Villa 31. “Cuando fui a verlo al Vaticano él me pidió que en la placa de mármol que le hicimos pongamos que fue ‘Una vida que dejó huellas’. Así se hizo, y es la frase más justa para ella. Vaya si dejó huellas”, se emociona en diálogo con Página/12.

Lamartine murió en abril de 2022, a los 88 años. Sus restos fueron cremados en el Cementerio Parque Recoleta. “Logramos traer las cenizas a la iglesia Nuestra Señora del Pilar, en una gestión en la que agradezco el trabajo del intendente de Pilar, Federico Achaval, que estuvo muy presente en todo el homenaje”, destaca la médica. Buena parte de su gabinete, concejales, integrantes de Patria Grande Pilar y Vecinos por la Memoria de Del Viso, así como representantes de la Embajada de Francia, estuvieron en el homenaje.

El sábado, en otra ceremonia en esta iglesia, el intendente le entregará a Mirta, la amiga de toda su vida, las únicas pertenencias materiales que dejó Evelyne: la cruz que llevaba siempre y el anillo de la Orden de las Misiones Extranjeras de París, a la que pertenecieron las monjas francesas.

 

 

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