La salida de Boca a la cancha fue imponente. Un marco espectacular. El Alberto J. Armando colmado de bote a bote, con una enorme cantidad de fuegos artificiales estallando en el cielo azul. Palmas y griterío. Llanto. Emoción. El clima que una final de Copa Libertadores se merece. La primera escena de esta zaga había colmado las expectativas, el resto quedaba a manos de Boca y Corinthians.
Una vez comenzado el partido, el dueño de casa utilizó los primeros minutos para calmar la ansiedad y estudiar a un rival que saltó al terreno con una parsimonia asombrosa para esta instancia. El Timao se caracterizó a lo largo de esta edición de la competencia por ser un equipo precavido.
Lejos del preconcepto existente sobre los elencos brasileros, los hombres de blanco se hicieron fuertes a base de un sólido bloque defensivo que permitió mantener el invicto en la Libertadores hasta el final.
El Xeneize, si bien pudo haberse puesto en ventaja a los cinco minutos con un cabezazo de Rolando Schiavi que salió desviado, no hizo más que eso hasta pasada la primera media hora, cuando Riquelme comenzó a manejar los hilos de los dirigidos por Julio César Falcioni. En ese ínterin también lo tuvo Corinthians, cuando Paulinho sorprendió al mediocampo local, le ganó las espaldas y sacó un remate fortísimo que Orión pudo descolgar del ángulo. Poquito para semejante espectáculo.
Un Boca desordenado sufrió la velocidad de la visita, que se desdoblaba rápidamente en una asombrosa transición de defensa-ataque, y viceversa, y generalmente encontraba mal parado a los hombres azul y oro. Fue fundamental, en los 45 minutos iniciales, el aporte de Walter Erviti auxiliando a Somoza en el círculo central, intentando suplir la “ausencia” de Pablo Ledesma, otra vez falto de ritmo e impreciso.
En el complemento el mediocampista derecho salió, como todo el dueño de casa, con otra intención. Más despiertos, mejor acomodados al terreno, mentalizados en atacar. Convertir dejó ser una opción para convertirse en una necesidad imperiosa. A medida que se empezó a jugar contrarreloj, el nerviosismo se hizo presente en los hombres Xeneizes. Ni siquiera Juan Román evidenció esa cuota de claridad asombrosa que suele aportar en momentos difíciles.
Frotó la lámpara dos veces, Riquelme. La primera para finalizar una jugada colectiva que nació de una falla del marcador de punta izquierdo brasilero capitalizada por Somoza. Cuando tras un par de pases cortos la pelota le quedó, el Diez ensayó un remate tres dedos, de primera, que salió apenas desviado por encima del ángulo.
La segunda fue un pase majestuoso, de esos que llevan su sello. Por encima de un rival, lista para el ingreso de Mouche, quien definió a las manos del arquero. Otra vez poco. Poquito y nada.
Pero cuando Boca no puede, la suerte lo acompaña. Sobretodo en el último tiempo en la Copa Libertadores. Un nuevo tiro de esquina, en este caso ejecutado por Pablo Mouche –el primero de su autoría ya que hasta ahí había lanzado Riquelme-, encontró la cabeza de Ledesma primero y Silva después. Dos cabezazos en el área suelen ser gol, y hubiera sido de no ser por la mano del defensor visitante (penal no sancionado por el juez), pero al Xeneize le faltó un plus.
Esa es la suerte. Tras el rebote en el palo, Facundo Roncaglia, defensor que debió haber visto la segunda tarjeta amarilla en el primer tiempo, por consiguiente la roja, se hizo presente para sellar el 1-0. Esta ventaja parcial no garantizaba nada pero encendía la ilusión de los hinchas. La Boca era una fiesta, que de golpe se terminó.
Un contragolpe veloz sobre el sector izqueirdo de la defensa argentina puso mano a mano a Romarinho con Agustín Orión, que el talentoso moreno no desperdició. Con un toque sutíl la picó por encima de la humanidad del arquero y silenció a la mismísima Bombonera cuando ya casi nada quedaba por jugarse. El 1 a 1 deja la serie abierta. El próximo miércoles en Brasil, habrá un campeón. Podrá ser Boca, alzando su séptimo torneo e igualando la proeza que Independiente alcanzó hace 28 años, o Corinthians, que como el colombiano Once Caldas en 2004, levantará la Libertadores por primera vez en su historia ante el Xeneize.