A partir de una categórica reivindicación de la memoria del cura villero asesinado por la Triple A, Cuerva criticó la discontinuidad de políticas públicas en barrios populares. “Habían sido logradas con el consenso de gobiernos de distintos signos políticos”, dijo, en un tiro por elevación a Milei. También advirtió sobre “dirigentes muy ricos” y gente trabajadora “siempre muy pobre”. Fue duro con la corrupción, el individualismo y el sálvese quien pueda. En una carta, Francisco pidió el fin de “la grieta”.
En una misa que tuvo como escenario el estadio Luna Park de Buenos Aires después de una corta peregrinación desde la Catedral, el arzobispo Jorge García Cuerva hizo una contundente exaltación de la figura del sacerdote villero Carlos Mugica, asesinado por la Triple A hace cincuenta años en la parroquia capitalina de San Francisco Solano (Villa Luro). En su homilía, el arzobispo porteño criticó la discontinuidad de las políticas públicas para los barrios populares, advirtió sobre los peligros que azotan en particular a la niñez, advirtió sobre “dirigentes muy ricos” y gente trabajadora “siempre muy pobre” y llamó a “prestar nuestras voces para seguir reclamando -como lo hizo el cura asesinado- por la paz y la justicia, convencidos que la violencia no es el camino”.
En otro pasaje de su intervención y ante un estadio colmado de fieles, la mayoría de ellos provenientes de barrios populares, García Cuerva denunció que “vivimos encantados por las luces de la fama y del éxito pasajero; las luces engañosas que nos dejan un poco ciegos y encandilados para no ver lo que realmente hay que ver; a los hermanos que, en sus vidas, toda luz se apagó, porque se apagó la esperanza, porque se apagaron las ganas de seguir luchando, porque viven en la oscuridad de la tristeza, de la soledad y la injusticia”.
El arzobispo tomó como base para su homilía el texto de la “Meditación en la villa”, escrita por Mugica en 1972, para hacer un crítico repaso de la situación social y política y, entre otras cuestiones, afirmó que “queremos jugarnos la vida en el compromiso con los que menos tienen porque las injusticias sociales nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida (…), mesa abierta e incluyente, en la que no falte nadie, reafirmando la opción preferencial y evangélica por los pobres, comprometidos a defender a los más débiles, especialmente a los niños, enfermos, discapacitados, jóvenes en situaciones de riesgo, ancianos, presos, migrantes”.
Acompañado por otros siete obispos, entre ellos el Presidente del Episcopado, Oscar Ojea, y rodeado de medio centenar de sacerdotes, García Cuerva fue tomando frases de la meditación del cura villero asesinado, a quien presentó como una persona que “entregó su vida por Jesús y el Evangelio, jugándose por entero en la Argentina convulsionada y violenta de las décadas del sesenta y setenta”. El arzobispo acompañó cada frase original de Mugica con su propia mirada, actualizando el diagnóstico y la reflexión.
Según García Cuerva hoy, cincuenta años después del asesinato de Mugica, “seguimos chapoteando entre descalificativos y odios; chapoteamos en el barro de la corrupción; estamos acostumbrados a chapotear en el barro de los enfrentamientos constantes, mientras los más pobres siguen chapoteando en el barro de las calles de sus barrios sin asfalto y sin un plan de urbanización porque estamos asistiendo a la discontinuidad de políticas públicas de integración de barrios populares, que habían sido logradas con el consenso de gobiernos de distintos signos políticos y representantes legislativos”.
En el acto también se leyó una carta enviada por Francisco para la ocasión. En ese texto el Papa subraya y valora la vida y la enseñanza de Mugica y su compromiso con los pobres, demanda que “todos podamos buscar lugares de integración descartando la descalificación del otro” y pide que “la grieta se termine, no con silencios y complicidades, sino mirándonos a los ojos, reconociendo errores y erradicando la exclusión”.
Cincuenta años después de lo denunciado por Mugica, “en muchos barrios se sigue viviendo entre las aguas servidas de no tener cloacas, con todos los riesgos que ello tiene en la salud y la calidad de sus habitantes”, denunció el obispo de Buenos Aires. “Pero también nos hemos acostumbrado desde hace años a soportar la podredumbre de la inflación que es el impuesto de los pobres; y aguantamos el tufillo de dirigentes muy ricos y gente trabajadora siempre muy pobre” porque, subrayó, “hace rato que algo huele mal en la Argentina”. Sobre el tema García Cuerva remató diciendo que “la corrupción, el individualismo, el sálvese quien pueda, apestan, y casi nos acostumbramos a vivir con esos males”.
Haciendo especial referencia a la situación de la niñez, el arzobispo pidió perdón a Dios porque “parecemos estar acostumbrados a que nuestros chicos y adolescentes mueran todos los días por la droga y el maldito paco que los consume, porque avanza la pandemia silenciosa del narcotráfico, que utiliza a los pobres como material de descarte, que promueve el sicariato, que seduce con dinero manchado de sangre a miembros del ámbito político, de la justicia y del mundo empresarial”. Y recordó que en la Argentina siete de cada chicos son pobres, “pibes con hambre revolviendo basura, chicos no escolarizados, o con una instrucción demasiado básica, no pudiendo leer de corrido o interpretar un texto”.
A partir de una plegaria de Mugica (“Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre”), García Cuerva hizo suya una cita de Francisco. “Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la desinformación y hemos terminado presos del descrédito, las etiquetas y la descalificación; hemos creído que el conformismo saciaría nuestra sed y hemos acabado bebiendo de la indiferencia y la insensibilidad; nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad.(…) Tenemos hambre, Señor, del pan de tu Palabra capaz de abrir nuestros encierros y soledades. Tenemos hambre, Señor, de fraternidad para que la indiferencia, el descrédito, la descalificación no llenen nuestras mesas y no tomen el primer puesto en nuestro hogar”.
Recordando la personalidad de Carlos Mugica el arzobispo porteño optó por recuperar una frase del cura Jorge Vernazza, sacerdote ya fallecido e importante referente del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, quien en la misa de exequias se refirió al asesinato del religioso afirmando que “la sangre derramada fue la consecuencia de un modo de vivir” y que “su sangre derramada llega a nosotros y nos interpela, nos cuestiona, nos anima a dar frutos y a entregarnos por el proyecto del Reino de Dios, proyecto de justicia y fraternidad, proyecto de amor y de paz”.
Antes de finalizar García Cuerva afirmó que “Carlos Mugica dio la vida por los más pobres y el Evangelio. Lo mataron porque sabían que su muerte provocaría una gran conmoción, y apostaban al caos que se cernía como una tormenta sobre los argentinos”. Ratificó además que “cincuenta años después prestamos nuestras voces para seguir reclamando por la paz y la justicia, convencidos que la violencia no es el camino”. Y sostuvo que quienes asesinaron al cura pretendiendo “detener violentamente la causa y los ideales representados en el padre Mugica, luego habrán comprobado lo ineficaz y contraproducente de su acción, porque la vida entregada y la sangre derramada de Carlos iluminaron para siempre el camino y son un faro en el seguimiento de Jesucristo”.
El acto y la misa en el Luna Park constituyeron el cierre de una serie de conmemoraciones que se extendieron durante una semana mediante distintos formatos, presentaciones y ferias a través de los cuales la arquidiócesis de Buenos Aires puso de relieve la vida de Carlos Mugica, lo presentó como ejemplo de lucha evangélica por la paz y la justicia y, de esta manera, ratificó también su compromiso con los pobres.
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