Miles de brasileños salieron ayer a las calles de ciudades de nueve estados y Brasilia, la capital, unos para promover la destitución de la presidenta Dilma Rousseff por la vía de un juicio político, otros para impulsar su renuncia y el otro tercio para auspiciar el regreso de los militares al poder. Según consignó Tiempo Argentino, los grandes medios y las noveles organizaciones no gubernamentales que convocaron a los actos habían imaginado no menos de 200 concentraciones en todo el país.
Para el opositor Folha de São Paulo, el gobierno, que reconoció la importancia de las marchas, las vio sin embargo con “alivio”, pues no movilizaron a la cantidad de personas que habían salido a las calles en marzo y abril pasado. Según cálculos oficiales y de los organizadores, ayer no se movilizaron más de 250 mil personas, casi siete veces menos que el 1,7 millones reunido en las marchas simultáneas de marzo pasado. Ni en el gobierno ni entre los organizadores habían pensado en una convocatoria tan raleada, en un país de casi 200 millones de habitantes.
Pese a que Rousseff fue reelecta en octubre del año pasado con más de 54 millones de votos, la convocatoria tuvo el objetivo de cercarla a ella y, también, al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, las dos grandes figuras del Partido de los Trabajadores (PT). La de ayer fue la tercera manifestación antigubernamental a gran escala de este año.
Un asesor oficial citado en la página web de Folha de São Paulo destacó en la tarde de ayer que “observamos esto con mucha atención, pero nos tranquiliza que se haya parado la hemorragia, la misión ahora es la de recuperar la popularidad de Dilma”. No hubo ninguna reacción oficial, pero se entiende que ese fue también el razonamiento del llamado “equipo de articulación”, que se reunió hasta entrada la noche en las oficinas del Planalto.
Banderas brasileñas, muñecos ridiculizando a Dilma y a Lula y consignas escritas en prolijos pasacalles y cartulinas bien impresas pidieron impúdicamente un golpe de Estado, pero quien fue puesto en el pedestal de los héroes fue el juez Sergio Moro, de la justicia del estado de Paraná, responsable de la investigación del llamado “Lava Jato”, el caso de corrupción que envuelve a la estatal Petrobras. Como en tantos países donde la derecha empezó a ocupar las calles, miles de las pancartas decían “Je suis Moro”, así, en francés. Analistas políticos consultados por la agencia AP señalaron que la menor concurrencia a las manifestaciones de ayer podría “determinar el futuro del movimiento de protestas”.
Desde antes del mediodía, miles de personas empezaron a concentrarse en la playa carioca de Copacabana, sobre la avenida Atlántica, y se efectuaban manifestaciones menores en la ciudad amazónica de Belem y en Belo Horizonte. En la capital, Brasilia, una marcha por la avenida central, donde se levantan ministerios y monumentos, no logró reunir a más de 20 mil personas y, según los analistas citados por los medios, fue la que pautó el desánimo de quienes pensaban protestar en sus ciudades. Otros señalaron que la virulencia de los promotores de un golpe pudo haber “espantado a ciudadanos democráticos que estiman que el gobierno debe mejorar pero no debe ser derrocado”. Sólo así se explica que en San Pablo el acto tampoco haya sido avasallante.
Las grandes expectativas de los impulsores de la jornada se sustentaban en la caída de la popularidad de Rousseff , que es la menor de un mandatario desde 1992, cuando Fernando Collor de Mello se vio obligado a dejar el cargo después de ser sometido a un juicio político por corrupción. Una encuesta realizada a principios de agosto por Datafolha, la consultora de Folha, mostró que sólo el 8% de los 3500 encuestados telefónicamente consideraba que el gobierno es excelente o bueno. Por el contrario, el 71% estimó que el gobierno “es un fracaso”.
En 2013, una ola de protestas sorprendió a los analistas, cuando las multitudes más numerosas en una generación salieron a las calles antes del torneo de fútbol Copa Confederaciones, un año antes de la Copa Mundial. Los manifestantes estaban indignados por los gastos generosos en estadios y otra infraestructura para el Mundial, en contraste con el deterioro de escuelas y hospitales. La insatisfacción con los servicios públicos y los impuestos elevados sigue en ebullición ahora, mientras el país se prepara para los Juegos Olímpicos de 2016.