Luis Echarren y Juan José Equetino son dos de los damnificados al recibir plasma contaminado. Así se contagiaron hepatitis C. “No cumplió con sus deberes de magistrado”, apunta Echarren. “Estuvo mal”, coincide Equetino.
Los pacientes hemofílicos –víctimas de un contagio masivo de VIH y hepatitis por el suministro de concentrados contaminados– acusan al juez federal Claudio Bonadio por mal desempeño en la causa “Perez Bianco Raúl y otros s/envenenamiento” iniciada en 2006. “Nos trató como si fueramos invisibles”, dijo uno de los pacientes.
Luis Echarren, de 60 años, es uno de los damnificados. Según Tiempo Argentino, en 2011 denunció al juez ante el Consejo de la Magistratura. La denuncia es una de las nueve que Bonadio tiene ante el organismo. “Hice la denuncia por falta de justicia. El juez tenía pruebas de sobra y sus argumentos para no escucharnos siempre fueron estúpidos. Se debió haber investigado la procedencia del producto, cómo lo compraron, y qué hicieron los laboratorios para que se cometiera semejante falla”.
Echarre es un hombre de caminar pausado y doloroso. Sus huesos se cansaron de soportar las hemorragias articulares provocadas por la hemofilia que padece desde su nacimiento y que agrava por la hepatitis C con la que lo contagiaron hace 23 años tras recibir plasma sanguíneo con factor VIII y IX de coagulación.
“Mi vida ya era difícil, pero cuando me infectaron con el virus de la hepatitis C me la arruinaron para siempre.” Según el hombre, tanto la Academia Nacional de Medicina como la Fundación Argentina de la Hemofilia “distribuían la medicación contaminada con los virus de hepatitis B, C y de VIH. El presidente de la fundación, Pérez Bianco, tenía conocimiento de que el factor VIII coagulante que necesitamos los hemofílicos estaba infectado, y de todas formas lo vendía a las obras sociales”, volvió a denunciar Echarre. Continúa: “el juez Bonadío siempre tuvo las pruebas a su disposición, así como los testimonios de testigos y pacientes, pero aún así siempre hizo oídos sordos. Para mí y todos los hemofílicos damnificados, este juez es un mal juez. No cumplió con sus deberes de magistrado, no trabajó en la causa y nos trató como si fuéramos invisibles”.
En 1991 Luis recibió una notificación de la fundación en la que le comunicaban que era portador del VIH. “La noticia fue terrible. Por aquel entonces, no conocíamos cómo se trasmitía porque no contábamos con información, entonces por las dudas dejé de besar a mi hijo, no tomaba mate con los compañeros de trabajo y cuando me bañaba lavaba todo con lavandina”, cuenta. A los pocos días le confirmaron que no padecía VIH sino hepatitis C. “Mi vida cambió al cien por cien. Tuve que dejar de trabajar de mi oficio de lustrador de muebles que tanto amaba porque los medicamentos de la hemofilia sumados a los de la hepatitis C me cansaban muchísimo”. Además, el virus C le causó hipertensión portal, anorexia y pérdida del cabello.
“Lo que más lamento es que otros compañeros en esta lucha se fueron muriendo. Me acuerdo, por ejemplo, de Fabián Castro, de Diego Bacaro, entre otros que se fueron sin percibir la justicia”, lamenta Luis.
LA LOTERÍA. Juan José Equetino es otro de los damnificados. “Fue una lotería. Le tocaba a uno sí, al otro no”, dice. La lotería, supuso durante mucho tiempo, lo tuvo como ganador. Eso le hizo creer un médico de la Fundación Hemofílica que, en 1984, después de un supuesto chequeo de rutina, le dio la mano y le dijo: “Te salvaste”. Se refería al HIV, pero Juan José no pudo esquivar a la hepatitis C que sufre y que, dice, le cambió la vida por completo. “Yo pensaba que con el tiempo la hemofilia se me iba a asentar, que no iba a tener tantas hemorragias. Eso era lo que pasaba estadísticamente. Pero por las hepatitis, mi hígado funciona mal, una hemorragia digestiva. Me tengo que cuidar en todo”, cuenta, desde Oberá, Misiones, la ciudad a donde se fue a vivir a buscar tranquilidad este hombre de 51 años.
Juan José recuerda que empezó a recibir el concentrado en 1981. Primero era sangre entera, después el plasma. “El 23 de enero de 1983, en la Fundación recibieron un facsímil de la Fundación de Hemofilia de Estados Unidos, diciéndoles que esos medicamentos derivados de la sangre no se podían utilizar, incluso la FDA los había mandado a eliminar, pero aparentemente los vendieron igual. No eliminaron nada”, dijo.
Un año después, le hicieron una recolección de sangre diciéndole que era para un mejor tratamiento, pero en realidad era para averiguar si se habían contagiado de HIV
Su caso, junto al de otras víctimas, llegó a la justicia. “Bonadio jamás impulsó la causa. Yo no digo que sea un hombre malo, pero con esto sí estuvo mal”, dijo y se lamentó que muchos pacientes “murieron sin la posibilidad de ver justicia”.
Recuerdo
Sin justicia. “Me da bronca todos los chicos que murieron. No conocieron la justicia”, dice Equetino.
Cambio en la ley por más beneficios
En abril de 2013, la Cámara de Senadores modificó por unanimidad la Ley 25.869 que determina el beneficio que se aplica a los hemofílicos contagiados con el virus del SIDA (entre 1979 y 1985). Con la modificación, lo hizo extensivo a aquellos pacientes con esa enfermedad genética que padezcan hepatitis B y C, quienes desde entonces pueden recibir la asignación mensual impuesta por ley.
Además, se extendió en diez años el plazo de detección de la enfermedad, ya que la ley original establecía un lapso que corría entre 1979 y 1985 y la actual abarcará los contagios entre 1979 y 1995.
La hemofilia es una enfermedad genética (normalmente afecta a los hombres) por la que una persona no tiene la capacidad de coagular sangre. Para controlarla, los hemofílicos usan un factor de coagulación, llamado Factor VIII, que se prepara con la sangre de muchos donantes. “En la actualidad, se realiza un doble control: la selección de los donantes y el termotratamiento (exposición al calor para eliminar cualquier tipo de virus)”, aseguraron desde la Fundación de la Hemofilia.