Hipótesis sobre río, soberanía y Patria

La foto que ilustra esta nota fue tomada el fin de semana pasado frente a la impresionante confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, frente al Paso de la Patria correntino y a la chaqueña Isla del Cerrito.

Mempo Giardinelli
Por Mempo Giardinell

La foto que ilustra esta nota fue tomada el fin de semana pasado frente a la impresionante confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, frente al Paso de la Patria correntino y a la chaqueña Isla del Cerrito. Allí el Paraná, que viene de las Sierras de Pará, en el Este brasileño, ofrece uno de sus espectáculos más impactantes: el encuentro de tres grandes caudales porque se suman las aguas del río Bermejo, que nace en Bolivia y baja con furia asombrosa y tiñe la mitad de las aguas.

Esa confluencia se aprecia magníficamente desde la moderada altura del Cerrito, promontorio que fue cuartel brasileño durante la guerra que inventaron el Marqués de Caxías y Bartolomé Mitre para destruir al Paraguay, que era el país más desarrollado y autosuficiente de Sudamérica en el Siglo 19. Desde el Cerrito se aprecia esa maravilla natural que es un inmenso río que es tres ríos y sus aguas tienen dos colores: azul y marrón. Y frente a la cual y a toda hora trajina una de las tres flotas fluviales más grandes del mundo: la de bandera paraguaya.

La semana pasada y junto a un equipo de filmación venido de Alemania, este columnista vio, una vez más, entrar y salir enormes formaciones de barcazas ensambladas arrastradas por poderosos “empujes”, que es como se llama a los grandes remolcadores que suben y bajan por esas aguas sin cesar, por lo menos entre Asunción y Montevideo, con cargas nadie sabe bien de qué y por lo menos incontroladas para toda autoridad argentina, por más que esas formaciones recorren la geografía costera de siete provincias argentinas que las miran pasar las 24 horas de cada día, aguas arriba y aguas abajo. En ese extenso paisaje de varios kilómetros de ancho, de costa a costa, nadie en Argentina podría precisar de qué mercaderías son esas cargas.

Fue en ese contexto, casualidad o no, que el jueves pasado esta columna recibió un primer mensaje desde la provincia de Entre Ríos: “Díganle que todo lo necesario para la licitación del Canal Magdalena, Pliego, Dictamen Jurídico, etc, etc. está listo para la firma del Ministro, hoy o mañana se firmaría”.

Y en la mañana de ayer, domingo 16 en que se escribe esta nota, un segundo mensaje de reafirmación: “Avísenle que el acto es el jueves 20 a las 12 horas, en el puerto de La Plata. Estarán el Presidente, el Ministro de Transporte y el Gobernador de Buenos Aires”.

La entusiasmante noticia, desde luego, desató también inmediatas alertas. En primer lugar porque en asuntos geoestratégicos en los que están en juego la defensa o la entrega de Soberanía sobre uno de los ríos más importantes del mundo –y acaso el de mayor tráfico económico puesto que van y vienen entre 5 y 6.000 gigantescos barcos con decenas de miles de toneladas de quién sabe qué mercancías sinceradas y cuántas truchas– si no se conocen las fechas concretas de iniciación de obras, mientras ellas no empiecen es lo mismo que nada.

Por eso está muy bien el anuncio, y sin dudas todo será mejor cuando se firme, pero el reclamo principal y concreto es que el Magdalena deje de ser un proyecto y empiecen y terminen las obras. Porque es la operatoria del Canal Magdalena el reclamo principal de millares de productores para que sea la vía obligada y sobre todo controlada de todo lo que llega y todo lo que sale por los puertos de la Argentina. Por eso el Magdalena es hoy asunto decisivo para este país.

Como lo son el litio, el oro, el petróleo y todos los demás bienes naturales en que la Argentina es riquísima. En todos los casos es ésa la cuestión de fondo: primero decidir, después firmar todo lo necesario, y enseguida poner en marcha las obras. Como es de esperar que ahora suceda –¡finalmente!– con este canal decisivo.

Que, también hay que decirlo, muy probablemente va a toparse con la vieja y hartante manía de casi todas las dirigencias que no advierten –y es absoluta verdad que no lo advierten– que además el pueblo argentino necesita y espera muy fuertes controles anticorrupción. Que no existen ni se consideran y la prueba está en que el vocablo “corrupción” no figura en ninguna propuesta política electoral actual. En ninguna, sin excepciones.

Cierto que no es usual que en la Argentina se asocie la corrupción a la soberanía, pero esto debe ser reparado conceptualmente, y con urgencia. Por la sencilla razón de que es absurdo postular la reafirmación de la soberanía en un país que de hecho la viene entregando toda, y completita. Porque día a día es tan sistemática como ominosa la entrega de uno de los tres símbolos fundamentales de la Soberanía de toda Nación: su moneda.

Éste es, sin dudas, uno de los ejes del desencanto generalizado, porque en gran medida la política argentina parece cada vez más dedicada –en el mejor de los casos– a administrar la simulación de la Soberanía mientras se la entrega. Lo cual encima siempre le sale mal a los entregadores, porque se les ven las costuras, las simulaciones, las falsas promesas. Porque todo lo innoble, lo sucio, lo corrompido sale mal. Sin excepciones. Y encima si de lo único que se habla es de Paso sí o Paso no, mientras se continúa la entrega al poder mundial y en muchos casos perdida ya toda vergüenza.

En estos contextos nadie sabe hoy, bien a bien, si Cristina será la candidata del pueblo, que la recuerda con veneración porque –guste o no a los más exquisitos analistas, y aún por sobre errores que seguramente cometió– ella sí se ganó el corazón popular. De donde la cuestión es, por eso, evidentísima: qué hacer si no se presenta como candidata. Y ahí sí agárrense, porque tiembla el piso.

Porque el FdeT, lo admitan o no, hace agua. Y los candidatos posibles, todos porteños una vez más, no enamoran al electorado que, se comprende, tiene infinitas otras urgencias, como ser trabajo, vivienda, comida, educación, salud y los siderales costes de los servicios públicos-privatizados, ese absurdo conceptual.

En ese contexto, aún algunos pocos que prefirieron, como este columnista, esbozar una hipotética perspectiva diferente, al cabo optaron por abandonar la cancha, futboleramente, por falta de pelota y de hinchada.

Fue en ese contexto que tras recorrer una vez más la chaqueña y bellísima Isla del Cerrito, donde el río Paraná recibe al río Paraguay, que a su vez recibe aguas arriba al río Bermejo que tiñe el curso y conforma uno de los espectáculos fluviales más hermosos del mundo –medio río de aguas azulinas y medio río de aguas marrones y todo con una fuerza fenomenal que baña las costas de siete provincias hasta desembocar en el maltratado Río de la Plata– el Canal Magdalena puede que ahora sea una orden presidencial bien firmada. Ojalá y enhorabuena.

Pero no será, por ahora, más que una firma ilusionante: por lo menos hasta que la anhelada e imperiosa obra entre en operaciones y con plena Soberanía, como la Patria necesita. Habrá que verlo y vivarlo. Pero hasta entonces toda duda seguirá en pie y tendrá sentido. Argentinamente.