Por francisco balázs
En su habitual conferencia de prensa diaria, el jefe de Gabinete afirmó ayer por la mañana que entre los objetivos del gobierno se encuentra aumentar las exportaciones, lograr el autoabastecimiento energético y continuar con el crecimiento macroeconómico de carácter sustentable. “Es una discusión central, política e ideológica”.
Luego puntualizó que “muchos de los que hoy hablan desde la oposición o a través de los medios, están pretendiendo todo el tiempo instalar la necesidad de un ajuste de carácter recesivo para generar desempleo y reducir salarios”. Las palabras de Capitanich apuntan con claridad a la estrategia opositora que fuertemente viene ganando espacio en torno a la disputa por cómo debe funcionar la economía. Control de precios, inflación, paritarias, y tipo de cambio suele ser por donde los sectores concentrados marcan territorio, construyen sentido y opinión. Esto no es novedad. La derecha siempre encontró en la economía a su brazo armado para ejercer terrorismo informativo y desestabilizador. La estrategia se apoya en engañar, confundir, tergiversar y especialmente ridiculizar todo lo que no se ajuste al libreto de la ortodoxia neoliberal. No en vano los divulgadores de análisis económicos disponen de espacios específicos y destacados en los medios de comunicación. Allí, en los medios, la palabra del economista, periodista o laya de consultores privados que por ahí pululan, suele ser pocas veces discutida, rebatida, puesta en duda, o derrotada argumentativamente. Todo lo contrario a lo que sucede con cuestiones de debate estrictamente político donde sí se permiten discusiones, incluso acaloradas. En materia de debates económicos no todos se animan, porque el temor a la ignorancia es más visible. Esta es una conquista que hay que reconocerle a las derechas. En cambio, a rebatir y discutir la opinión de un sociólogo, o de un abogado, o de un médico, se le atreve cualquiera. Cuando un especialista económico dice suelto de cuerpo y con la misma irrefutable certeza que la restricción externa es producto de un elevado proceso de la demanda interna que llegó a su capacidad instalada y que la tasa de inversión directa no supera los 15 puntos, hasta el más valiente arruga.
Ahora, si esa explicación se repite durante 50 años seguramente siga sin comprenderse, lo que seguramente ocurra es que se lo haya aprendido de memoria otorgándosele el mismo tono de certeza que si se comprendiera cabalmente lo que quiere decir. Pero para que continúen siendo exitosos estos conceptos, la base de esta estrategia es que nadie comprenda bien a que se refieren cuando expresan sus recetas. Si se los comprendiera, todos sus fracasos serían ilevantables. La oscuridad de sus postulados los hace impermeables de toda crítica o sanciones. Allí radica su éxito. Desde ese tipo de argumentaciones logran la extorsión e imponer el miedo a la sociedad, en especial a los sectores medios y de menores recursos obteniendo otro de los triunfos tantas veces destacados que es convertir a esos sectores en defensores de intereses ajenos siguiendo la lógica del derrame que indica que si le va bien al de arriba le va bien al de abajo, si le va bien al sistema financiero, a las grandes empresas, todos mejorará para los sectores más vulnerables. Esto, todavía, no ha sido rebatido como debiera.
Controlar el discurso económico es controlarlo todo, es la herramienta disciplinadora por excelencia. Construir “verdades” que luego serán la base sobre la que se aplicarán medidas económicas con amplios consensos sociales es parte de la tarea cotidiana que despliegan los mismos que causaron los mayores retrocesos productivos, sociales y culturales durante décadas.
La eficacia en la batalla discursiva económica de la derecha logró que el llamado progresismo y amplios sectores que transitan por los andariveles de la izquierda hayan incorporado las lógicas que dicta la ortodoxia económica. O de qué se trata, en última instancia, la derrota del socialismo, o de la socialdemocracia europea devorada por los discursos de derecha y sus manejos de la economía. Si el sistema financiero se impuso, si logró concentrar más riqueza y construir mayores monopolios es que alguien dejó de hacer su trabajo, o lo hizo mal. Continuar denunciando el avance del capital concentrado sin disponer de dispositivos discursivos capaz de hacerles frente y superarlos es un mero lamento denuncista, necesario pero insuficiente.
Quién lo dice, esa es la cuestión. “La inflación es el resultado de una elevada emisión monetaria y de un excesivo gasto público que atenta contra el poder adquisitivo de los sectores populares.” “Hay que eliminar los subsidios y bajar la carga impositiva que ahoga al sector productivo y le impide desarrollarse, crecer e invertir.” A este tipo de discursos que irradian incomprensibles y discutibles veracidades hay que enfrentarlos con la misma fuerza con la que se llevaron adelante batallas políticas y culturales profundas en estos últimos diez años. Enjuiciar las construcciones de discurso económico es fundamental para pretender continuar avanzando en un proyecto de país inclusivo. El Frente para la Victoria y las fuerzas políticas y sociales que comparten una visión similar del tipo de país tienen la responsabilidad de no ceder ni un centímetro ante la perpetuación de quienes dominan la escena y las lógicas del funcionamiento económico y social. Hay que discutirles palmo a palmo y en todos los ámbitos.
Desenmascarar el modelo de país que implica llevar adelante sus postulados económicos, después de décadas de fracasos es la tarea central para que los dos años que faltan de gobierno garanticen más otros procesos de profundización.
No es novedad que el terrorismo económico que aplicaron los gobiernos de derecha, militares y civiles, causaron exclusión, pobreza, miseria y muerte, y excluyeron a millones de argentinos de la posibilidad y el derecho de vivir con dignidad.
Retomar con fuerza el eje de la economía, interpelar a sus principales actores y divulgadores, explicar tantas veces como sea necesaria la responsabilidad directa que han tendido estos sectores en la historia argentina y en la conformación de las matrices de privilegio y exclusión es indispensable.
La lucha, como tantas otras libradas, es desigual. Tampoco es novedad.