Javier Milei habla todo el tiempo de “libertad” y de “las ideas de la libertad” para remarcar que es liberal. Su propuesta de desregular no es precisamente nueva en la historia argentina. De concretarse, será el cuarto capítulo de una saga iniciada en 1976, continuada por Carlos Menem, y que tuvo su último capítulo, hasta ahora, en Mauricio Macri.

La Argentina entró de lleno en el neoliberalismo con el golpe del 76, si bien las bases se sentaron con el Rodrigazo de junio de 1975, que terminó de liquidar al modelo de sustitución de importaciones. La Argentina pasó a la etapa del rentismo financiero de la mano de José Alfredo Martínez de Hoz.

El 2 de abril de 1976, Martínez de Hoz anunció su programa de liberación total de la economía. Las consecuencias fueron devastadoras, con aumentos de tarifas y salarios congelados, más la apertura de las importaciones (que destrozó a la industria nacional) y la reforma financiera. Desde febrero de 1977, con la ley de entidades financieras, el país experimentó el fenómeno de las tasas de interés exorbitantes. Al mismo tiempo se produjo un fenomenal proceso de desindustrialización: un país que en 1930 era agro-exportador y un cuarto de siglo más tarde ingresaba a la etapa de la industria pesada, ahora reprimarizaba su economía.

La entrega de la política económica al altar del libre mercado se graficó en una frase atribuida a Alejandro Estrada, secretario de Comercio de Martínez de Hoz: “Da lo mismo producir acero que caramelos”. Era la sumisión total al mercado, la renuncia a toda estrategia para un plan de desarrollo. La consecuencia: 20 millones de pobres en las décadas por venir.

Semejante ajuste, con una alta inflación, encontró su anclaje no solamente en los grandes beneficiarios de la dictadura (que completaron la faena con la estatización de la deuda privada) sino también en el embelesamiento de la clase media con el dólar barato gracias al atraso permanente del tipo de cambio. Martínez de Hoz instituyó lo que ahora se conoce como “crawling peg” a través del sistema de devaluaciones programadas con la célebre tablita cambiaria.

Fue la consumación de una timba financiera sin precedentes y la madre del borrego de una de las grandes herencias de la dictadura: la deuda externa. Capitales en dólares empezaron a entrar al país, compraban pesos que colocaban en tasas por encima de la inflación y más arriba aun de la devaluación pautada. Así cambiaban los pesos por una cifra en dólares mayor a la que habían ingresado en medio de un atraso cambiario cada vez más grande. Fue lo que se conoció como “la bicleta”. La patria financiera en su esplendor, los años de la “plata dulce”.

El modelo duró hasta 1980 cuando el Banco Central mandó a la quiebra al Banco de Intercambio Regional, la principal institución privada del país. El liberalismo era hasta ahí nomás: el artículo 56 de la ley de entidades financieras había puesto al Estado como garante en caso de quiebra (algo pedido por la banca privada local), pero la caída de 19 entidades llevó a su modificación en agosto de 1979, siete meses antes de la quiebra que sacudió al modelo económico.

El establishment rompió con Martínez de Hoz en el Día de la Industria, el 2 de septiembre de 1980. Eduardo Oxenford, interventor de la Unión Industrial Argentina, criticó abiertamente las consecuencias del modelo delante del jefe de la masacre humana (Videla) y del jefe de la masacre económica (Martínez de Hoz).

El recambio por Lorenzo Sigaut no alteró de manera sustancial las líneas directrices de un modelo basado en el endeudamiento permanente. Domingo Cavallo se encargó de abrir el camino a la estatización de la deuda con los seguros de cambio de agosto de 1982, cuando era titular del Central. Reaparecería como ministro de Carlos Menem y Fernando de la Rúa, y hoy alaba a Milei.

El “éxito” de Martínez de Hoz, en función de garantizar la tasa de rentabilidad de los grandes grupos al calor de un modelo de exclusión sin antecedentes en la historia argentina tuvo el apoyo central de la fuerza del Estado. El nuevo programa precisó de algo mucho más elaborado que el Estado policial de los años 30. La prueba la da el hecho de que el primer paro general contra la dictadura se pudo hacer recién el 27 de abril de 1979, 37 meses después de instaurado el régimen de terror que dejó 30 mil desaparecidos.

Y todo en nombre de la “libertad”, acaso la palabra más mencionada por Martínez de Hoz en su gestión sin vigencia de la Constitución Nacional, con secuestros, torturas y asesinatos. Curiosa forma de liberalismo. En un programa de panelistas, años ha, Milei se indignó al ser parangonado por su prédica con el ministro de la dictadura y dijo que “ese no era liberal”, que había trabajado para “un gobierno totalitario” y que además había sido “gradualista”. Su recetario, bajo el Estado de derecho, no parece muy distinto, sino más profundo, con shock. Y encima ahora dice que “en los 70 hubo una guerra”.

En Plata dulce, la película de Fernando Ayala que resume esos años, el personaje de Federico Luppi va a escuchar a un experto estadounidense, que dice que la solución pasa por tener “libertad completa, en el pleno sentido de la palabra. Si queremos un mundo libre, tenemos que luchar por una economía libre”. La “libertad del zorro en el gallinero”, de la que hablaría Raúl Alfonsín en 1983, que caracterizó como “secta de nenes de papá” a los responsables de la economía en la dictadura. La película se repetiría dos veces en democracia, y ahora empieza la nueva entrega, en el sentido polisémico de la palabra.