Si alguien cierra los ojos y se queda en silencio, lo único que logra escuchar es una sucesión de ecos: uh, ah, dale, dale River dale, vamos, vamos carajo, eso, ahora. El escenario se vuelve una onomatopeya.
Faltan 15, diez, cinco, 1. Los minutos se degluten más de un pedazo de arteria. Los hinchas, los jugadores y Ramón Díaz sentado en un palco. El cartel luminoso del Monumental que no apura al tiempo. Los tipos que rezan cábalas insensatas. Emiliano sonándose los dedos. La multitud que canta. Que calla. Que vuelve a cantar. Eso. O, mejor dicho, la ansiedad.
La más pura ansiedad se respira en el Monumental.
La ansiedad de que está puntero solo, por lo menos hasta que hoy juegue Lanús. La ansiedad de estar a la altura de ser River. La ansiedad de estar ganando. La ansiedad de que Colón, que apenas amenaza con despabilarse, no dé vuelta el partido. La ansiedad de ganarle al olor a sangre propia que siempre se respira. La ansiedad de que faltan pocos segundos y el equipo se queda. La ansiedad del 2-0, que se vuelve 2-1. La ansiedad de que Ramón Díaz no está en el banco de suplentes para pedir calma. La ansiedad de que, uh, ah, dale, basta, hay que decirlo, puede ser campeón.
“Lo que nos complicó fue la ansiedad”, había explicado Ramón Díaz, hace tres semanas, luego de que River le ganara a Estudiantes, 1-0, y el equipo tuviera un opaco segundo tiempo. Bien parecido a lo de ayer. “No tenemos que desesperarnos”, reflexionaba, también, en esa semana, el Lobo Ledesma. Y el concepto se repite. Lo repite el entrenador cuando en la sala de conferencias de prensa se sienta y detalla cómo se traduce la ansiedad en los movimientos futboleros de un equipo: “Hubo un momento en que dejamos de manejar los ritmos de juego.”
River ganó. Jugó un primer tiempo de escaso vuelo, pero suficiente como para ser superior a Colón, que sufrió sus desajustes defensivos y su carencia para buscar alternativas de juego –controlado Facundo Curuchet por Leonel Vangioni y Jonathan Bottinelli, el plan parecía acabado–. Se encontró con un gol ajeno a lo buscado: a Diego Pozo se le escapó una pelota y a David Trezeguet, de oficio goleador, le quedó ahí, ahí donde nadie más que él estaba, y la empujó. Alboroto, felicidad, empuje y arañazos de estilo en los pies del Lobo Ledesma. Toque, posesión, calma, poco peligro en el arco rival, pero tranquilidad. Un reflejo, un espacio, pase de Rodrigo Mora y Leonardo Ponzio que la manda a guardar.
Un segundo tiempo lento. De un equipo al que se lo ve cansado. Que mira el reloj esperando que todo eso se termine. Que necesita que el juez diga ya está. Que, entonces, entre Juan Manuel Iturbe y se gana de contra. Pero eso no sucede. River cada vez está más cerca de su arco y Colón lo empuja con lo que puede.
Son momentos de almas: Colón va con el poco alma que le queda, River aguanta sólo con el alma. El Monumental es una onomatopeya tras otra. La ansiedad sacude todo hasta que el árbitro levanta las manos y dice que se acabó. Pero ahí no hay calma. Ahí es el doble: “River corazón, esta es tu hinchada que te quiere ver campeón”. Y quién aguanta eso.
1
gol
River ganó cuatro partidos, todos por la mínima diferencia.
12
puntos
son los que tiene River en el Final. Por ahora es primero.
Ramón I
“Como que los jugadores estaban muy ansiosos para que terminara. Querían dar una demostración de que podían recuperarse.”
Ramón II
“El equipo tiene condiciones pero hay que mejorar. Igualmente, nosotros estamos contentos e intentaremos luchar por el campeonato…”