Presentada habitualmente en los medios como una medida aséptica tendiente a “sincerar” los precios de la economía, la devaluación del peso posee dos efectos inevitables: la licuación de los ingresos de los asalariados y una transferencia de riqueza hacia los sectores con capacidad para dolarizar sus activos, generalmente grande firmas locales y multinacionales.
A pesar de ello, la proliferación de economistas del establishment pidiendo políticas devaluatorias se transformó en una costumbre que esconde, en buena parte gracias a la anuencia mediática, los negocios empresarios de los pronosticadores que terminaron, paradójicamente, en fuga de capitales. Dos casos son emblemáticos: el del diputado de la Coalición Cívica y ex presidente del Banco Central, Alfonso Prat-Gay; y el de Carlos Melconian, titular de la consultora M&S y candidato a legislador por el macrismo.