Los secuestros extorsivos del terrorismo de Estado

RICARDO RAGENDORFER

A los 64 años, aquel hombre de espesas cejas negras y bigote entrecano aún exhibía un porte macizo. De origen porteño y afincado en la capital sanjuanina desde fines de los ’90, supo hacerse allí de una posición: tenía tres estaciones de servicio y una empresa de seguridad privada, que contaba entre sus clientes nada menos que a la minera Barrick Gold. Lo que se dice, un tipo con suerte, habida cuenta de su pasado. Un pasado –dicho sea de paso– no desconocido en esa ciudad. Por ello, en la tarde del 16 de mayo resultó poco sorprendente verlo salir de su casa del barrio Centinela con esposas puestas y escoltado por un puñado de gendarmes. Rubén Orlando Bufano, ex agente del Batallón 601, acababa de ser detenido por delitos de lesa humanidad.

Esta semana, el juez federal Sebastián Casanello dictó su procesamiento por secuestros extorsivos de empresarios y financistas durante la última dictadura. Sus consortes de causa: Luis Alberto Martínez, alias “El Japonés”, y el célebre Leandro Sánchez Reisse, también conocido como “Lenny”. La investigación probó que ese trío obtenía millonarios rescates no solo destinados a su propio beneficio sino para financiar la llamada “lucha antisubversiva”. El expediente en cuestión se refiere a los casos padecidos por Ricardo Tomasevich, Alberto Martínez Blanco y Carlos Koldovsky. Pero no al de Fernando Combal, dado que aquel hecho quedó empantanado en la impunidad debido a una increíble absolución dictada en 2000 por el juez Eduardo Daffis Niklison.
Lo cierto es que las figuras de Bufano, Martínez y Sánchez Reisse son una prueba viviente y, al mismo tiempo, el ejemplo más extremo de la operatoria del régimen militar tendiente al despojo y la apropiación de bienes y valores ajenos, a través de procedimientos fluctuantes entre el terrorismo de Estado y el delito común. Semejantes personajes son, además, un caso testigo de cómo ciertos cuadros medios de la represión lograron reciclarse una vez concluida la dictadura (ver recuadro). Un salto que los convirtió en simples malvivientes, en hampones de alquiler, con actividades que no excluyen tráficos diversos, el lavado de dinero y las más abyectas operaciones de inteligencia. He aquí su historial.
EL CONTADOR DEL MAL. El 9 de mayo de 1979, un semáforo frenó en la esquina de Santa Fe y Aráoz al taxi en el que viajaba el financista Combal. En ese instante, una silueta irrumpió en la cabina y encañonó al chofer; otra, con una ametralladora, se instaló atrás. A modo de saludo, Combal recibió un culatazo en la cara. Trasplantado al baúl de un Ford Falcon, la víctima cayó en la cuenta de que semanas antes, en hechos diferentes, habían sido secuestrados dos socios suyos: Osvaldo Prisant y el banquero David Koldobsky, liberados a cambio de jugosos rescates. El Falcon se detuvo. Combal fue arreado del baúl bajo una lluvia de trompadas hacia una casa. En ese sitio, al compás de golpes y descargas de picana, se desarrolló la negociación pertinente. En resumidas cuentas, el financista salvó el pellejo a cambio de un millón de dólares.
Al día siguiente, en su oficina de la avenida Santa Fe 962 fue abordado por un empresario con despacho en ese mismo edificio, quien no ocultó su pesar ante la desventura de su vecino y ocasional compañero de negocios. Porque aquel hombre canoso y retacón –que regenteaba Argenshow, una productora de espectáculos internacionales– se había asociado con él para traer al país al músico Paul Williams. En rigor, el vínculo entre ambos llegó a tornarse algo vidrioso debido a unos préstamos concedidos por el financista y no saldados por el otro. Sin embargo, ahora, a raíz del espantoso momento padecido por Combal, ese tipo se mostró cálido, comprensivo y, fundamentalmente, muy interesado en los detalles del cautiverio. Días después –sin haber pagados sus deudas– partió con su mujer de vacaciones a Europa.
En noviembre de 1982, Koldobsky fue secuestrado por segunda vez. En esa oportunidad, el pago del rescate fue pactado en un sitio poco usual para tales menesteres: una esquina de Berna, la capital suiza. Grave error. La banda fue apresada por la policía helvética.
Y Combal no tardó en viajar a esa ciudad para reconocer a sus captores.
Esa tarea no le resultó difícil, pero sí asombrosa El pistolero que redujo al taxista era el “Japonés” Martínez y el de la ametralladora, Bufano. Pero la identificación del tercer cómplice lo dejó de una sola pieza; éste no era otro que Sánchez Reisse, su antiguo socio canoso y retacón.
Fruto de una familia de abolengo establecida en el norte del Gran Buenos Aires, “Lenny” alternó su profesión de contador con la militancia en las filas  de la organización ultracatólica Tradición, Familia y Propiedad. A mediados de los ’70 fue reclutado por el Batallón 601, donde se desempeñó por espacio de un lustro bajo las órdenes de Raúl Guglielminetti. Sus conocimientos en el campo contable hicieron de él una pieza clave en la lucha contra la llamada “subversión económica”, tal como los militares definían al despojo de bienes a empresarios no alineados con el régimen. Asimismo, fue el arquitecto de las sociedades económicas fantasmas del Batallón 601. Y quien, desde Honduras, canalizó la financiación de los represores argentinos que actuaban en América Central. Casado con Mariana Bosch, una mujer emparentada con el magnate Pedro Blaquier, Sánchez Reisse solía lucirse con sus modales cosmopolitas en las cuevas y salones del mundillo financiero. Era parte de su trabajo. Ahora, en la cárcel suiza de Champ-Dollon, su máscara había caído para siempre.
Allí, entrevistado por el periodista Juan Gasparini, efectuó un relato detallado de cómo hacía informes para los secuestros. Y del caso Combal, acerca de la negociación por el rescate, dijo: “Eso se arregló en la parrilla”.
También desde Champ-Dollon, Bufano intentó mejorar su situación procesal a cambio de datos sobre la desaparición del escritor Haroldo Conti.

El autor de Mascaró fue capturado en la medianoche 4 de mayo de 1976, cuando volvía a su casa junto a su mujer, Marta Beatriz Scavac y el bebé de ambos. Allí debía aguardarlos un amigo llamado Juan Carlos Fabbiani. Al arribar, el amigo se encontraba ya maniatado. Había tipos vestidos de civil, que golpearon a la pareja con brutalidad, mientras se peleaban por el botín: los sueldos de ambos, percibidos esa mañana y efectos patrimoniales de toda naturaleza, incluidos algunos textos de Conti.

En base a las fotografías difundidas en su momento de los tres detenidos en Suiza, la viuda de Conti reconoció en Bufano al tal “Fabbiani”.
Bufano también está acusado por su participación en la masacre de Fátima, tal como pasaría a la historia el asesinato de 30 militantes cautivos en las mazmorras de la Superintendencia de Seguridad Federal –en represalia por la bomba que explotó en el comedor de esa dependencia– cuyos cuerpos aparecieron dinamitados el 4 de agosto de 1976 en un descampado de esa localidad de Pilar. De ello, el “Japonés” Martínez tampoco habría sido ajeno.
Los tres represores se esfumaron del penal suizo a meses de su captura.
Sánchez Reisse partió hacia Estados Unidos, desde donde fue extraditado en 1987 hacia Buenos Aires por pedido del juez Luís Cevasco. Éste lo dejaría en libertad a horas de su arribo. Y su retorno al país del norte no se hizo esperar.
POR AMOR AL ARTE. En febrero de 1989, la vida de “Lenny” transcurría en Miami. Allí hizo amistad con el ex comisario Juan Carlos Longo, un ex jefe de Bomberos de la Policía Federal.  El represor dijo estar conectado con abogados neoyorkinos, quienes le habrían ofrecido rescatar una mercadería siniestrada. Se trataba del oleo Palomas y gallinas, de Goya, sustraído en 1987 del Museo Castagnino, de Rosario, junto con otras obras no menos valiosas. Longo, entonces, quedó en viajar con esa tela desde Buenos Aires a Miami.
La entrega se hizo el día 6 de ese mes en una suite del hotel Westin Park. El pobre bombero reaccionó como un becerro bajo una lluvia de granizo cuando, de pronto irrumpió una cincuentena de agentes.  Uno dijo: “Somos del FBI, queda usted detenido”. Sánchez Reisse lo había entregado. Lo curioso es que Daniel Bufano, hermano de Rubén,  era uno de los autores del robo. El negocio cerraba: tras alzarse con los cuadros, la banda cobró por el  recupero.
En los años siguientes, la existencia de “Lenny” fue apacible, al punto de que no tuvo problemas al regresar al país. Recién sería arrestado en 2011. El “Japones” Martínez fue detenido en abril de 2012. Llevaba cinco años prófugo.  Ya se sabe que Bufano ahora está con ellos.
Los buenos amigos siempre vuelven a juntarse.
Alumnos de la escuela del terror
Ambos empresarios tomaban café en la confitería Doney, de la Avenida Del Libertador y Lafinur. “Es un excelente muchacho”, dijo uno. “Yo le debo la vida”, aseveró el otro. Se trataba de Fernando Combal y Osvaldo Sivak.
Los dos habían sufrido sendos secuestros extorsivos en el transcurso de ese año. El primero de ellos, durante la mañana del 8 de mayo de 1979. El otro, en el crepúsculo del 7 de agosto. Y serían liberados en cuestión de días a cambio de suculentos rescates. Ahora cambiaban impresiones al respecto, sin ahorrar elogios hacia un joven oficial de la División de Defraudaciones y Estafas que intervino en aquellos casos.
Lo cierto es que Combal conoció al principal Roberto Buletti al día siguiente de aquella experiencia, cuando este acudió a su departamento con el propósito de recabar algunos datos. En esa oportunidad, el policía lo impresionó por su profesionalismo.
Algo similar le pasó a Sivak con el mismo oficial.
En la mañana del 29 de julio de 1985, fue secuestrado por segunda vez, mientras circulaba en su automóvil por la esquina de Charcas y Virasoro. Su cadáver apareció tiempo después.
Nada menos que Buletti había sido su matador. Y su justificación al respecto fue: “Sólo hicimos en una escala pequeña lo que en la época de los militares nos enseñaron a hacer en grande: secuestrar personas.”
Buletti aún cumple su condena.
FUENTE : TIEMPO ARGENTINO