Cuando menos lo merecía, el equipo de Gallardo liquidó la historia con dos goles de pelota parada. Centros de Pisculichi y cabezazos de Mercado y Pezzella para sacar de partido a Atlético Nacional.
El comienzo de River fue apabullante, quería ser campeón y estuvo a la altura desde la mentalidad. En apenas media hora de juego obligó el lucimiento del arquero colombiano Armani en no menos de seis o siete oportunidades mientras que del otro lado Marcerlo Barovero era un espectador de lujo. El uno riverplatense apenas vio pasar cerca un remate de media distancia de Ruiz tras taco de Cardona.
Recién a los 35 minutos el rafaelino cortó un centro peligroso en su primera intervencióntrascendente, signo que la balanza empezaba a equilibrarse. Si bien a diferencia de la ida hoy Vangioni contuvo correctamente a Berrio, Ramiro Funes Mori pasó una noche para el olvidoen la etapa inicial: cada vez que Atlético Nacional buscó por el lado del mellizo pasó, poniendo en apuros al fondo local.
Hasta ese entonces, en un desarrollo parejo, era el dueño de casa quien se mostraba más profundo. El elenco de Gallardo gastaba más energías para atacar que para defender. No por casualidad generó casi una docena de situaciones en la etapa inicial, aunque gran parte de las mismas nacieron de pelotas paradas ejecutadas con veneo por Leonardo Pisculichi.
El mediocampo de River no tuvo la actuación necesaria para ser campeón durante los 45 minutos iniciales. Rojas pasaba desapercibido, no colaboraba en la marca ni tampoco se mostraba como opción para salir de contra. Sobre la derecha, Sánchez, más molesto que entusiasta, no pesó, y así Leonardo Ponzio padeció en el círculo central ante todos los rivales que gustaran visitar su zona.
En el complemento se mantuvo el desarrollo hasta que la excelente pegada de Pisculichi, a los 10’, encontró las cabezas de Mercado y Pezzella. Cuando menos lo merecía, y en una ráfaga de apenas cinco minutos, los defensores hicieron lo que hasta entonces no habían logrado los delanteros: pusieron el marcador 2-0 favorable al Millonario para regalarle la Sudamericana a los miles de hinchas que coparon el Monumental plenos de ilusión.
Pasaba el tiempo y, sabiéndose campeón, el anfitrión se conformó con el resultado parcial al mientras que los colombianos, golpeados en lo anímico, no hacían pie en el campo. La pelota era patrimonio exclusivo de los hombres vestidos rojo y blanco. Iba de un costado al otro, pasando siempre con seguridad de pie a pie en un partido definido. Basta con decir que las otras jugadas con chances de gol fueron tiros libres de Piscu, el hombre de la Copa-