Autodefinido como “la sombra del éxito”, el ex trabajador rural es un testimonio viviente y permanente de lo que pueden hacer los agroquímicos mal usados con un organismo: a sus 49 años, la “polineuropatía tóxica severa”
La enfermedad -que fue adquirida a poco de comenzar a trabajar en la carga de aviones fumigadores sin la protección adecuada- lo mantienen hoy casi piel y huesos, sin poder comer sólidos, caminar con soltura, utilizar normalmente sus manos o hacer planes a futuro.
Y él se ha tomado tan a pecho esto que no duda en afirmar que lo que lo mantiene vivo varios años después de que le diagnosticaran “6 meses de vida”, es la “obsesión” en la que se ha convertido su pelea contra los agrotóxicos y “en defensa de la vida”.
Tomasi recibió a Télam en la pequeña casita prefabricada de Basavilbaso, la ciudad entrerriana ubicada en el centro este de la provincia, a 200 kilómetros de Paraná y a 300 de la Ciudad de Buenos Aires.
En esa colorida vivienda rodeada de plantas y macetas, vive con su hija de 20 años -que “se vino a vivir conmigo a los 6 años, cuando me separé”- y su madre de 80.
Entre las dos le dispensan mucho amor y se organizan para ayudarlo a realizar hasta las tareas más elementales.
Lo que lo mantiene en este estado, “y cada vez peor”, según cuenta, es una “polineuropatía tóxica metabólica severa”, según puede leerse en el certificado que le expidió la Anses cuando lo jubiló por discapacidad.
“Ellos mismos reconocen que mi cuerpo está intoxicado por los químicos”, dice Tomasi, a quien la enfermedad le pegó duro por una diabetes preexistente.
El papel consigna también que tiene “funciones severamente disminuidas en ambas manos, piel a tensión sin huellas digitales, disfagia a sólidos (dificultad para deglutir), múltiples nódulos” de calcio (reacción del cuerpo para encapsular y eliminar el veneno); además de “disminución de fuerza muscular generalizada, alteraciones sensitivas, adelgazamiento y dermatomiositis”.
“Ellos mismos reconocen que mi cuerpo está intoxicado por los químicos”, dice Tomasi
Todo comenzó en 2005, cuando Tomasi, después de haber trabajado como peón de campo, carpintero y obrero de la construcción; decidió probar suerte como apoyo terrestre en la fumigación área, haciéndole caso a su vocación por la aeronáutica.
“Nunca pensé que iban a descuidar tanto. Yo tenía que abrir los envases (de agrotóxicos) que dejaban al costado del avión, volcarlo en un tarro de 200 litros para mezclarlo con agua, y enviarlo al avión a través de una manguera”, contó.
Empleado en negro, los patrones ni siquiera le dieron una vestimenta adecuada para protegerse de los vapores tóxicos o salpicaduras de productos como el glifosato (recientemente recategorizado como ‘posiblemente cancerígeno por la OMS), pero también endosulfan, cipermetrina y gramaxone.
“Era verano, trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sandwiches de miga debajo de la sombra del avión que era la única sombra que había en las pistas improvisadas en el medio del campo. La única instrucción que yo recibí fue hacerlo siempre en contra del viento, así los gases no me afectaban”, relató.
“El agricultor te decía: ‘echale todo, ¿para qué vas a dejar?, ¡con lo que me salió!’. Pero no es así, eso lo tenía que ordenar un ingeniero agrónomo. Y entonces, en vez de echar 600 mililitros, echábamos un litro, o litro y medio por hectárea, y nosotros tragándonos todo esto”, contó.
Pero pronto las cosas no empezaron a estar bien: después de dar vueltas por distintos consultorios, terminaron diagnosticándole polineuropatía tóxica -un síndrome neurológico que incluye un conjunto de enfermedades inflamatorias y degenerativas que afectan al sistema nervioso periférico-,y lo que le viene salvando la vida, asegura, es la medicina alternativa “porque con la medicina tradicional yo ya no caminaba y me hacía encima”.
Y a partir de una nota en el programa televisivo “La Liga”, de sus entrevistas para medios internacionales, de su participación en distintos eventos, de su ciberactivismo y de haber sido foto de tapa del libro “Envenenados” de Patricio Eleisegui, se ha transformado en uno de las referentes de la lucha contra los agrotóxicos aunque “hasta ahora no he conseguido nada, simplemente que me escuchen y por ahí dos o tres reaccionen”.
A pesar de que está imposibilitado de trabajar y de cobrar solamente el mínimo, Tomasi se negó a hacerle juicio a la empresa para la que trabajaba.
“Siempre hace falta la plata, pero yo no voy detrás de ella. Yo me podría haber quedado con toda la empresa, pero no es mi fin: toda la vida fui pobre, pero honrado y quiero seguir estando orgulloso de defender gratuitamente la vida”, contó.
Igual de tajante es Tomasi al hacer su diagnóstico de lo que está pasando en los agrotóxicos en su provincia: “acá se están derrumbando de cáncer; yo he visto a mi propia hermano, a niños morirse de esto, a mí no me la contaron”.
“Yo siempre digo que soy la sombra del éxito, un éxito inexistente porque es un castillo de arena. Esto está dando plata ahora, pero somos 12 millones los afectados (por el agronegocio) Yo no sé qué hay que hacer, sólo marco lo que se está haciendo mal y que no hay manera de tirar este producto que no afecte, hay que sacárselo de la cabeza”, dijo.
En Basavilbaso, Tomasi se ha transformado en una especie de paria por su denuncias: muchas personas dejaron de visitarlo, recibió innumerables amenazas telefónicas y la casa tiene varios vidrios con rastros de piedrazos.
“Yo doy mi nombre, mi dirección para que los ingenieros agrónomos, los médicos, los políticos vengan a discutir el tema, pero nunca tuve la suerte que ninguna autoridad se interese por el tema: cuando salen a la luz es porque la opinión pública se pone de pie”, dijo.
telam