El periodista del diario Clarín Daniel Santoro, que junto a su colega de TN Guillermo Lobo están siendo investigados por el Departamento de Estado y el FBI por sus presuntas conexiones con la mayor red de infiltración y espionaje rusa desarticulada en EE.UU. en junio de 2010, por lo cual se le revocó la visa para ingresar a los EE.UU., tenía –hasta hace poco– una curiosa manera de presentar a su actual esposa de origen ruso. Santoro presentaba a su multifacética mujer como “hija de un coronel de la KGB”. El hecho no forma parte de la vida privada porque el periodista se jactó en innumerables reuniones sociales de los vínculos de su pareja con el servicio secreto de la ex Unión Soviética. Testigos de absoluta credibilidad –entre los que se cuenta una de las grandes figuras de las letras argentinas–, confiaron a este medio que en numerosos eventos sociales y profesionales Santoro presentaba a su actual mujer, la arquitecta, psicóloga y diseñadora de interiores Larissa Boiarkina, como hija de un coronel de la KGB. Lógicamente, las fuentes nunca pudieron confirmar la veracidad de los dichos del presunto yerno del coronel de la KGB, o si solamente se trataba de una vulgar fanfarronería para impresionar a sus interlocutores, pero es evidente que ese detalle no puede haber pasado desapercibido para los investigadores estadounidenses que aún tratan de desentrañar la extensión de la red de topos infiltrada en EE.UU. durante casi dos décadas.
Si Santoro es o no yerno de un coronel de la KGB es algo que el FBI no tardará en averiguar. Lo concreto es que su mujer aparece profusamente en las páginas de Clarín donde se consigna que nació en San Petersburgo, que vivió ocho años en China, donde aprendió los secretos del Feng Shui, y que es arquitecta, diseñadora de interiores, psicóloga y profesora de la Universidad de Belgrano. Pese a que Boiarkina acompaña a Santoro en viajes profesionales –como el que realizó en septiembre de 2011 para solidarizarse con el diario ecuatoriano El Universo, que perdió un juicio por calumnias contra el presidente Rafael Correa (de allí proviene la foto que ilustra esta página), la hija del coronel ruso no figura como su cónyuge en Wikipedia, sino que aún aparece el nombre de su ex esposa.
Sin embargo, no es la paranoia macartista generada por una pareja rusa –llegada a la Argentina en 2001, cuando la mayoría de extranjeros abandonaba el país– lo que ha colocado a Santoro en la mira del Departamento de Estado y el FBI: según los agentes estadounidenses, a mediados de 2003 el ex juez federal Juan José Galeano les permitió a los periodistas del equipo de investigación del diario Clarín –que Santoro comanda– tener acceso al informe secreto de la causa Amia que había sido elaborado por la Side y sobre el cual debía guardar estrictas medidas de reserva. Según el mismo informe del FBI, Santoro y otro periodista del equipo digitalizaron el documento en forma completa.
Más tarde, el archivo digital fue entregado a otro periodista del mismo multimedios. Unos días más tarde, en agosto de 2003, el periodista Guillermo Lobo habría viajado a Europa para entregar el material a los espías rusos, quienes, a su vez, habrían procedido a hacerlo llegar a su destinatario final: el gobierno de Irán, seriamente involucrado en el atentado a la mutual judía.
Tras la publicación del caso en el número anterior de Miradas al Sur, Santoro se ofreció a darle explicaciones a Sergio Burstein, el referente del grupo de Familiares y Amigos de Víctimas del Atentado a la Amia, pero Burstein le replicó que las explicaciones se las debía dar a la Justicia y le pidió por escrito al fiscal Alberto Nisman que investigue la posible colaboración de Santoro con Irán en la causa por el ataque a la mutual judía.
“Le pedimos a la Justicia que investigue”, manifestó Burstein a CN 23. Y agregó: “Se lo dije a Daniel Santoro cuando me llamó este lunes para decirme que esto era una operación que no tenía sustento. Le dije que no tenía que hablar conmigo: que tenía que presentarse ante la Justicia para aclarar lo que tenga que aclarar”. “Yo creo que esto se tiene que investigar, porque si se comprueba es de una gravedad mayor que todas las causas de encubrimiento y todo lo que ha surgido. Pasar información al país que está siendo señalado como responsable de haber ideado y llevado adelante el atentado a la Amia tiene una gravedad inusitada que creo que excede toda la capacidad que uno pueda pensar”, dice Sergio Burstein.
Aunque Miradas al Sur le brindó la posibilidad de explicar por anticipado los motivos por los que EE.UU. le canceló la visa, Santoro dedicó toda la semana a victimizarse y a insinuar que el tipo de información que sustentaba la nota provenía de los servicios de inteligencia, cuando –en realidad– surge de su propio entorno. Señaló que la información de que había contactado a personas influyentes para que le restituyeran la visa sólo podía provenir de escuchas telefónicas, cuando en realidad algunas de esas personas llamaron al autor de esta investigación para agradecer por haberles evitado involucrarse en un asunto tan turbio.
“Mi visa venció el 22 de abril. Esta mañana (lunes) yo me presente ante la Embajada y le dije en una nota por escrito a la embajadora que estoy a su disposición, que me investiguen, que ofrezco mis cuentas bancarias, correos electrónicos, pasaportes, para demostrar esta campaña”, afirmó Santoro en el programa que conduce Chiche Gelblung en Radio Mitre.
Santoro sabe que esa presentación –si existió– es totalmente infructuosa para recuperar la visa ya que la decisión no depende de la embajadora Vilma Martínez, pero ni siquiera consiguió que la diplomática –a través de su oficina de prensa– desmintiera una sola línea de lo publicado por Miradas al Sur y otros medios.
Como resultado de una sigilosa pesquisa que aún está en curso, Guillermo Lobo fue informado por vía telefónica el 8/10/11 de que debía presentarse a sellar la cancelación de su visa en la sección consular. Paralelamente, para obturar posibles filtraciones, se produjo el desplazamiento de una empleada de prensa de la legación que constituía un riesgo de seguridad porque mantenía una relación con el periodista científico. A medida que avanzó la investigación, la embajada decidió revocar la visa de otro sospechoso: Jorge Hatrick, un hombre muy ligado a la parte más oscura de la Armada, al punto de ser muy amigo de Alfredo Astiz. Además, Hatrick se desempeñó como vicepresidente de Asuntos Jurídicos de la Asociación Argentina de Visitantes Internacionales (Aavi), entidad en la que el Grupo Clarín tiene también su incidencia a través de Guillermo Lobo, quien se desempeñó como vicepresidente de Ciencia y Tecnología. En tercer término, la investigación estadounidense puso la lupa sobre Daniel Santoro, quien recién a comienzos de este año recibió una llamada idéntica a la de Lobo indicándole que ya no podría ingresar a los Estados Unidos e invitándolo a presentarse para sellar su pasaporte. Ambos periodistas optaron por hacer caso omiso del llamado porque sabían que en los casos normales se coloca un sello de “cancelado sin perjuicio”, pero en los casos de personas investigadas por espionaje, terrorismo o narcotráfico se estampa un lacónico sello de “cancelado” que no sólo les impediría entrar a Estados Unidos, sino que los convertiría en sospechosos en distintos aeropuertos del mundo.
Para demoler en cuestión de minutos lo que Daniel Santoro califica de “montaje”, al multipremiado periodista le bastaría movilizar las cámaras de TN y Canal 13, junto a un móvil de Radio Mitre, para cubrir su ingreso a la embajada de Estados Unidos. El excelente cronista Julio Bazán llenaría el tiempo muerto de la espera con su habitual pericia. El punto culminante sería la salida triunfal y sonriente de Santoro y Lobo blandiendo las visas recién estampadas bajo unos suaves acordes de “God bless America” como música de fondo. Sería una puesta en escena soberbia que con la estética y los recursos del Grupo Clarín se transformaría en una prueba irrefutable de que Lobo y Santoro han sido víctimas de la patraña que denuncian. El único inconveniente es que no lo pueden hacer.