Jujuy
Cómo son las condiciones de trabajo de los zafreros en el territorio en el que Blaquier es amo y señor, una realidad que se mantiene desde hace décadas.
Viajé a Libertador General San Martín en septiembre de 1986. Habían pasado 10 años de La Noche del Apagón y la impunidad respiraba tranquilamente por los cañaverales del poderoso Pedro Blaquier. El secretario general del sindicato de trabajadores azucareros de Ledesma era el chaqueño Melitón Vázquez. Honesto y combativo, se había ocupado de la situación de los zafreros. Hay que entender una cosa básica: los trabajadores de la planta industrial estaban en blanco y tenían estabilidad mientras que para la cosecha llegaban los obreros golondrinas, por entonces bajo el régimen laboral establecido por la dictadura que, en 1980, antes de la salida de José Alfredo Martínez de Hoz, se dio el gusto de derogar el estatuto del peón rural y reemplazarlo por un régimen de informalidad sin ninguna protección social. Era el regreso a la Argentina infame de los privilegios para los latifundistas. Melitón había pactado con el periodista Enrique Vázquez ir al programa El árbol y el bosque en ATC. Previo a su concurrencia fui con un equipo del canal a registrar lo que Melitón denunciaba: Ledesma había quitado la báscula que al final de la jornada permitía asentar cuántos kilos de caña entregaba cada trabajador. Los empleados jerárquicos de Blaquier asentaban lo que a ojo de buen patrón les parecía conveniente. Sin control del peón.
Llegamos. Nos instalamos en el hotel y, al rato, fui a la sede de Ledesma para tramitar un permiso y entrar a la zona de zafra. Era imposible entrevistar a los peones golondrinas sin entrar en territorio de Ledesma porque vivían en los barracones y de allí salían, machete en mano, a cortar y pelar caña. Me recibió el jefe de fábrica, que era el mismo que estaba en 1976, y me dijo que no podía autorizar el ingreso de los periodistas porque tenían que guardar “los secretos industriales”. Por la tarde, tras hablar con mis compañeros del equipo de ATC, aceptamos el ofrecimiento del sindicato que nos ponía un colectivo para salir a la madrugada y entrar para poder cumplir con nuestro trabajo. Al día siguiente estábamos registrando los testimonios de los peones que confirmaban la denuncia de Melitón. También visitamos los barracones donde las mujeres cocinaban los guisos para llevar las marmitas a sus maridos e hijos. Con las madres estaban los chicos más chicos. Era inevitable no rebelarse ante tanta injusticia. Las caras curtidas, los brazos fuertes y la destreza para usar el machete no eran suficientes para lograr justicia. Esa gente necesitaba que eso se viera por la televisión para que la clase media se indignara y no quisiera comprar resmas de papel o azúcar con la marca Ledesma.
Volvimos con un material impactante. A los días, fue Melitón al estudio y se grabó el programa. Pero la verdad no sería televisada. El canal guardó silencio y no lo dejó emitir. Enrique Vázquez puso el grito en el cielo y le contaron qué había pasado. Antonio Tróccoli, ministro del Interior, había llamado al canal contando que, a su vez, había recibido un llamado de Carlos Pedro Blaquier, muy molesto por esta historia. Finalmente, el 24 de diciembre de ese 1986, para evitar ser caratulados de censores pero no de canallas, los del canal emitieron el programa.
Un cuarto de siglo después. El 4 de abril pasado, el Frente Nacional Campesino (FNC), que nuclea agrupaciones de campesinos de varias provincias norteñas inició una marcha a pie hasta la Ciudad de Buenos Aires. Salieron desde el rincón donde se juntan Salta, Santiago del Estero y Chaco, provincias donde el desmonte y la expansión sojera deja a miles y miles de familias literalmente fuera del mundo. El 5 de julio pasado, tras recorrer a pie 1.750 kilómetros, decenas de hombres curtidos con sus ponchos y sus sombreros, llegaron al Congreso Nacional. Salvo algunos artículos (uno en Miradas al Sur) y alguna aparición televisiva (programa Sur, de CN23) esta marcha fue olímpicamente ignorada por los medios. Ayer llamé a Héctor Agüero, militante de Hijos del Monte, que integra el FNC, a quien conocí a raíz de la marcha. Agüero vive en El Talar, un pequeño pueblo salteño que está a 60 kilómetros de Libertador General San Martín, y se reivindica militante popular identificado con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, lo primero que aclara es: “La realidad nos explota en las manos”. El conflicto por la vivienda y el trabajo no mejoró en relación a lo que yo registré 25 años atrás. La tecnificación deja cada vez más obreros golondrinas sin siquiera el trabajo de zafra. En la inmensidad de las tierras de Carlos Pedro Blaquier ya no sólo hay azúcar y las plantas de azúcar y papel. Además, tienen plantaciones de citrus y plantas jugueras. Además, inauguraron con pompa y presencia de funcionarios provinciales y nacionales, una moderna planta de biodiésel. Además, agregaron soja. Esto es, desmontan, ponen alambre de púa y cuentan con una infinidad de camionetas de la seguridad privada de la empresa que recorre las más de cien mil hectáreas de Blaquier para evitar los ocupas. Hay entre 15 y 20.000 personas en lo que denominan el Gran Libertador General San Martín. Algunos jujeños, otros formoseños, salteños o bolivianos. Para ellos todavía rige el mismo régimen ¿legal? que dejó Martínez de Hoz. Además, los que consiguen trabajo temporario lo hacen a través de las contratistas. Son Manpower y Adecoagro, cuyas páginas web muestran gente linda y promesas de futuro. En realidad, medran con contratos basura. Le permiten a Blaquier evitar que vuelvan a surgir dirigentes comprometidos como los del ’76 o los del ’86.
Cuando le pregunto a Agüero sobre el papel del gobernador Walter Barrionuevo o el senador –y candidato a gobernador– Eduardo Fellner, ambos del Frente para la Victoria, mi interlocutor se muestra prudente. No quiere decir cosas que perjudiquen a la Presidenta, a quien apoya con pasión. Pero aclara que el gobierno provincial tiene injerencia en San Salvador de Jujuy y de allí hacia el norte, mientras que el resto no es tierra de nadie sino tierra de los Blaquier. Un duro golpe para los que sueñan con rosas sin espinas.
fuente: miradas al sur