Un 24 de marzo a la altura de lo que se necesita

Las imágenes son muy contradictorias. El Gobierno logró dominar la calle y sancionar la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario, en el Congreso vallado que ofreció un espectáculo asimilable a cualquier cosa que no sea la democracia. Y a la vez, ese retrato habla de una degradación que le pasa facturas al oficialismo.

 

 

 

Se cruzan el serrucho descendente de los Milei y la ansiedad de que surja una opción.

Mirado en línea de tiempo, pasaron apenas unos meses desde el agasajo con asado, en Olivos, a los “87 héroes” que vetaron la reforma jubilatoria contra “los degenerados fiscales”. Como todo en el vértigo de la política argentina, parece haber sucedido en otra dimensión temporal. No. Fue en septiembre del año pasado. Ahora, gracias si pudieron animarse a un comunicado, con lenguaje de gacetilla, al que se le veía la cola entre las piernas.

El terrorista que dinamitaría al Banco Central se convirtió en uno que hoy reclama reforzarlo gracias a otro préstamo con el FMI al que, también dijo en campaña, no quería ver ni en figuritas porque, agregó, “cada vez que aparece el Fondo Monetario, quiere decir que el país está por explotar”.

Caputo Toto recorre los medios amigazos antes de que abra la rueda de los mercados, para apuntar ni sí ni no sino todo lo contrario. El lunes estaba yendo al Ministerio y le avisaron que no. Que fuera primero a lo de Laje. Fue. Dubitativo, plagado de muletillas, se enredó en una sanata que envidiaría Fidel Pintos. Como observó en off un experimentado hombre de finanzas: así empieza.

En las cinco rondas de la semana, el Central perdió alrededor de 1200 millones de dólares. Si uno fuera Toto, también estaría con los nervios de punta. Parecidos a los de la hermanísima que no acierta con sus armados electorales. Y a los de los guerrilleros de las redes oficiales, pagados con “la nuestra”, que debutaron en verle la cara a la derrota en menciones negativas, sin parar desde el estallido de la cripto-estafa presidencial.

Pero parecería cierto que, aun con estos retrocesos, la suma de errores auto-provocados no se traslada al haber de los rivales. No, al menos, en la proporción que exigen aquéllas ansiedades.

En algún momento, cabría esperar que de más temprano que tarde en humilde opinión, debieran revisarse dos aspectos. Uno es relativo a las formas de lo resistencial. El otro atiende a lo necesario e imperioso de que el fondo de la oposición auténtica presente, así fuere como esbozo, alguna idea superadora, práctica, del mero diagnóstico.

En ese orden, y visto cómo el Gobierno perfecciona su accionar represivo, ya no es justificable que un conjunto de las organizaciones sociales y gremiales -por caso, respecto del acompañamiento a los jubilados de los miércoles- permanezca desorganizado. Disperso. La gente suelta, que es mucha o significativa, no tiene anclaje.

Si se sabe de antemano, con pelos y señales, que vallarán el acceso al epicentro de la protesta, no es sostenible que los manifestantes orgánicos salgan tarde, con unos por aquí y otros por allá quedando a varias cuadras del foco de la cuestión. Tampoco se justifica que figuras considerables, quienes no tienen por qué asustarse de agresiones en particular precisamente por la chapa que portan, se pierdan aisladas. Una manifestación, en condiciones de dolerle al poder, requiere de grados crecientes en materia de organicidad. De inventiva. De prever la improvisación para enfrentar el atolladero de una aceitada maquinaria represora.

¿No corresponde insistir con la posibilidad de instaurar una “sede” fija en defensa del reclamo de los viejos? ¿Una que habilite y obligue a la solidaridad cotidiana de la puesta del cuerpo? Aquí reiteramos varias veces el ejemplo de lo que fue la Carpa Blanca de los docentes, iniciada con un puñado de maestros para transformarse en la épica más prolongada y multitudinaria de los ’90. Pero es sólo eso, un ejemplo.

Es probable que pueda haber ocurrencias mejores, capaces de llamar a la presencia de todos los mundos en estos tiempos que un artista bien definió como soeces. El de la cultura que abarca a cantantes, actores, teatristas, murgas y una proyección prácticamente interminable. El gremial combativo, el de las hinchadas, el de los clubes de barrio, el de los centros de estudiantes, el de comunicadores, el de científicos. El de quienes aspiran a que la militancia o el compromiso dejen de ser sólo digitales.

¿Es tan difícil que aparezca algo “novedoso” para colársele por arriba al laberinto obvio, pero laberinto al fin, que dibujan los Milei? Algo más susceptible de llamar la atención. Algo que, de yapa, conmueva o sensibilice a la fragmentación de quienes continúan extraviados en las internas que empiezan y terminan en sus boletitas electorales.

El otro aspecto, más a propósito de los fondos que de las formas, se liga a la sensación corroborada del vacío propositivo en los antagonistas.

Hasta las encuestas que encarga el Gobierno revelan una oposición contundente al nuevo acuerdo con el FMI, ya cerrado en sus términos macro según cualquier fuente que se consulte pero, desde ya, con dos pequeños detalles que todavía no pueden abrochar.

El primero es el cuándo y el cómo de la devaluación irreversible, que impactará en los precios en un año de elecciones. El segundo, ídem respecto del monto destinado a dólares frescos y no a asientos contables por los que el Fondo se paga a sí mismo. Dólares que, por supuesto y conforme a los antecedentes del timbero en jefe, irán a parar a seguir interviniendo en el mercado para evitar una disparada sísmica.

Los 129 diputados que aprobaron el DNU en lo que mal se llama “a ciegas”, porque saben perfectamente las consecuencias de lo votado, quizás tengan su karma con el espejo o con la historia institucional que los marcará para toda la vida. Martín Menem, cabeza expuesta del bochorno tras los audios en que arenga al acting de su tropa, es un tipito simbólico y nada más.

Sin embargo, a la par del impacto que suscitaron esas actitudes en la (muy) minoritaria órbita interesada en la política, persiste la impresión que el oficialismo supo edificar: es esto o un tembladeral mucho peor.

Allí es donde se enanca la debilidad del Gobierno que, por ahora, es fortaleza. O sostén coyuntural.

¿Cuál propuesta técnica y políticamente asequible se le para de manos a lo que, entre el propio corpus de los economistas ortodoxos que adhieren al ideario mileísta, se advierte como un arreglo malo, de patas cortísimas, inepto a los fines de alguna solución estructural?

¿Se hace un pagadiós, respaldado en qué soporte político de qué contención social con cuál liderazgo? ¿Se ofrece un esquema de pagos atado programáticamente a qué generación genuina de divisas en cuánto tiempo de maduración? ¿Qué magnitud de acuerdo nacional se impone para encarar un motor de tamaña naturaleza? ¿Cuáles equipos bajo qué conducción están preparándose para responder a esas preguntas que se precipitan en modo inevitable, ahora, mañana y hasta que se encuentre una salida?

Mientras esas preguntas taladran (o debieran hacerlo) en las conciencias politizadas, este lunes, en las principales ciudades del país y en otras que no tienen atención mediática, se conmemorará el aniversario del golpe en circunstancias tan especiales como nunca.

Los recortes de derechos que propician las clases privilegiadas, junto con discursos y acciones oficiales de neto cariz fascistoide, trazan un escenario inédito desde que los argentinos abandonamos la dictadura. Jamás, en estos 42 años, fue tan patente que no se terminó el ciclo inaugurado por los genocidas y sus mandantes civiles. Sobre todo, los segundos. Todas las M, de José Martínez de Hoz en adelante hasta llegar a la actual, están allí para ratificarlo.

Esa fuerza de los hechos resultó determinante para que el acto central, en Plaza de Mayo, haya sido convocado a partir de una marcha única. La decisión se tomó el lunes a la noche, tras largos conciliábulos que venían redundando en manifestar separados por diferencias acerca de una coma, una palabra, una consigna de más o de menos. Algunos microfragmentos de la izquierda troskista discutían hasta este domingo si no correspondía elaborar documento y encuentro propios, pero cualquiera sea la resolución que tomen no alterará en lo más mínimo el sentido de unidad.

Será así porque el peligro es demasiado grande como para seguir deteniéndose en contradicciones secundarias e inútiles.

Si ni siquiera un 24 de marzo bajo las salvajadas de los hermanísimos era capaz de promover esa unidad, casi cabía apagar la luz y tirar la llave.

Pero no. Los imprescindibles de la lucha social, aun entre la desprotección de referentes dirigenciales, demuestran que hay reservas de resistencia. Falta que también las haya de construcción política. 

 

 

 

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