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Info News
Pasadas las 11 del 10 de diciembre, en una mañana soleada con viento suave, a 28 años de la asunción del primer presidente de la democracia recuperada, Cristina, de riguroso color negro, bajó del helicóptero a metros de la Casa Rosada. Antes que ella, lo hicieron algunos colaboradores.
Luego, sus hijos, Florencia y Máximo, y también la compañera de éste, María Rocío. La escena, aunque es de una trascendencia histórica, no dejaba de ser un cuadro familiar en el que la ausencia de Néstor resultaba fuertísima. Por eso, la expectativa de algunos apresurados que auguraban el día del fin del luto, se disipaba. Un rato después, y a tono con los horarios del protocolo, la Presidenta llegaba al Congreso. Allí se le unía su compañero de fórmula, Amado Boudou. Cristina recorrió los primeros metros con un gesto severo, reconcentrado. Esta mujer, habituada al mundo áspero de la toma de decisiones y acostumbrada a ser blanco de la mirada, parecía recorrer su propia vida personal, especialmente marcada por el hecho de que, exactamente cuatro años atrás, había subido los mismos peldaños y pisado el mismo parqué con una gran diferencia: aquella vez lo hacía al lado de Néstor quien, además, le entregaba la banda y el bastón ceremoniales. Del rictus de seriedad, Cristina pasó a una amplia sonrisa en el momento en que sus ojos descubrieron a las cuatro personas que la esperaban. Eran Beatriz Rojkés de Alperovich, que asumió como presidenta alterna del Senado; Julián Domínguez, flamante presidente de la Cámara de Diputados, y dos jóvenes camporistas que asumieron como diputados, Eduardo De Pedro y Andrés Larroque. Aunque pueda resultar un cruce intrascendente, el acontecimiento tuvo tres cosas para subrayar. Primero, porque sus presencias sacaron a la Presidenta del rictus de dolor; segundo, porque se trata de las dos espadas parlamentarias más fuertes en un Congreso con clara mayoría kirchnerista en ambas cámaras y que se abocará al tratamiento de temas filosos; tercero, porque la Presidenta pone especial énfasis en este mandato para promover a cuadros políticos surgidos de la militancia juvenil.
El juramento de posesión resultó un trámite. Cálido y original, porque nadie hubiera imaginado que su hija Florencia resultara la elegida para colocarle la banda. La chica, siempre se dijo, era la preferida del padre, y desde su muerte resulta una compañía importantísima para la madre. Florencia se sentó luego muy cerca de su madre, cerca de su abuela materna, Ofelia Wilheim. Un poco más atrás, estaba Giselle, la hermana de Cristina.
El juramento de posesión resultó un trámite. Cálido y original, porque nadie hubiera imaginado que su hija Florencia resultara la elegida para colocarle la banda. La chica, siempre se dijo, era la preferida del padre, y desde su muerte resulta una compañía importantísima para la madre. Florencia se sentó luego muy cerca de su madre, cerca de su abuela materna, Ofelia Wilheim. Un poco más atrás, estaba Giselle, la hermana de Cristina.
Comenzaba el discurso de la Presidenta a los pocos minutos, sin libreto, como de costumbre, pero sin atisbos de improvisación. Los primeros conceptos tuvieron un hondo sentido a propósito de la fecha –el día internacional de los derechos humanos– y las cámaras tomaban a Estela de Carlotto y a Hebe de Bonafini, sentadas en uno de los balcones que dan al hemiciclo y con Eduardo Duhalde al centro.